De la ambiciosa obra que conozco de Joep
Franssens (compositor holandés de 1955) ésta es una de las pocas composiciones
que no decepciona en ningún momento.
La sonoridad acumulativa, rota por un
interludio de oboes perfectamente posromántico -suficientemente extenso y seco
para no parecer por completo wagneriano- al final acaba siendo masiva como ya
venía anunciando la primera parte de la partitura. Pero esa acumulación, esa
masificación, no es arbitraria. Está controlada hasta el punto de convertirse
en un tenso paisaje dramático que expande su horizonte cronométricamente.
Trabajo de matiz, matiz y matiz. De las cuatro ‘p’ de pianísimo a las cuatro
‘f’ de fortísimo transcurre un océano sonoro. La espesura orquestal envuelve el
ánimo con un pulso tímbrico magistral. Las voces humanas, que nunca alcanzan
protagonismo, son una reverberación exquisita del sonido instrumental; una secreción
sacra de una obra no religiosa. No religiosa aparentemente, como casi toda la
música clásica no experimental de nuestro tiempo.
Constantes tensiones de matiz. Crescendos
extensísimos… Apertura y cierre con sentido completo.
Ella lo abarca todo en esta noche.
Muy bella.
Ella lo abarca todo en esta noche.
Muy bella.