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viernes, 30 de mayo de 2014

Un sueño


En el final de No es país para viejos (Cormac McCArthy) se explica un sueño de carácter ancestral. Nos recuerda alguna vieja pintura de paisaje con figuras de algún viejo maestro. Parece inspirado en algún enigmático fragmento bíblico. 
El narrador (el veterano policía protagonista desbordado por la realidad de un mundo acelerado y violento que le supera) habla de “los viejos tiempos” y de que iba a caballo en plena noche por un desfiladero con su padre, los dos abrigados con mantas. Su padre llevaba un cuerno con un fuego dentro, y se adelantaba para encender una hoguera en mitad de la oscuridad. El hijo confiaba en que cuando llegara otra vez junto a su padre, éste le estaría esperando. Confiaba.
Pero entonces despertó… Y volvió a la realidad.


sábado, 24 de mayo de 2014

Púgiles de la Ilíada


Y así cuenta (canta) la Ilíada en el Canto XXIII el combate de boxeo -lucha de puños- que tiene lugar entre Epeo y Euríalo durante los juegos fúnebres aqueos en honor del héroe Patroclo, querido de Aquiles. Aquí la versión rítmica de Agustín García Calvo, of course:

“(…)Y, ya ambos ceñidos, salieron de frente al medio del ruedo;
y, uno engallándose al otro, los recios brazos enhiestos,
vinieron al choque; y los puños volaron cruzándose recios;
y horrendo crujir de quijadas se oyó; y de todos sus miembros
corría el sudor; y allá iba al asalto el célico Epeo,
y en la mejilla le dio en un descuido; y ya poco tiempo
túvose en pie: pues allí flaquearon sus límpidos miembros;
y, tal como un pez pega un salto al helado embate del Cierzo
en playa de algas, y negra la ola lo cubre en su seno,
tal él pegó bote del golpe. Mas ya el magnánimo Epeo
le dio la mano y lo alzó; y le acudían los compañeros;
que lo llevaban, los pies a la rastra, por medio del ruedo,
echando a un lado la testa y espesa sangre escupiendo,
y con el sentido perdido, a sentar lo llevaron con ellos (…)”
 (XXIII/685-699)

Entre la belleza poética el realismo es evidente (bueno, ya se sabe que una cosa y otra deben ir juntas): sudor, volar de puños, golpe en la mejilla y crujir de quijadas. Es todo un gancho lateral de esos que llegan precisos y tuercen el cuello dejando el rostro mirando hacia el ocaso; knock out. Luego, el gesto noble del vencedor, Epeo, sobre quien, según otras tradiciones (la Eneida, p.e.), recae la responsabilidad de construir el caballo de madera que será la perdición de Troya (aunque esa tramposa invención, más propia del pillo Ulises, queda fuera de la guerrera Ilíada).
Unos versos antes, además, se dice cómo se atan los púgiles correas de cuero en los puños. Cualquiera resiste un buen golpe con eso.

Acaso sea éste el primer combate de boxeo con nombres propios.

lunes, 19 de mayo de 2014

Boxeo de salón

Parece que se está empezando a poner de moda el boxeo en los gimnasios urbanos. Pero no el boxeo, sino la ficción del boxeo sin contrincante; esa cosa para señoritos y señoritas guapitos que necesitan ponerse en forma (¿cómo se han vuelto tan expertos en formas, y por qué necesitarán eso?); o sea, para mequetrefes de gimnasio que no quieren hacerse pupa, sino quedar chulis mientras tensan sus músculos contra un saco de juguete o lanzan directos contra el aire frente a un espejo con expresión de cabreo. Quieren gustar-se (¿cómo podrían saber que se gustan sin un amo que lo niegue o apruebe?), quieren ser dueños de sus cuerpos y quieren modelarlos como está mandado, que para eso son suyos y una imagen vale más que mil palabras, o sea que su imagen vale más que todas las palabras que salgan de su boca (de eso estamos seguros).
Qué lejos está el boxeo de todo eso.
El cuerpo de un boxeador casi nunca es bonito. Puede llegar a ser hermoso por la acumulación de heridas, castigos y sufrimientos que muestra estando aún en pie.
Los cuerpos de los boxeadores son inarmónicos, forzados, retorcidos; sus músculos sarmentosos y, en algunos casos, la fibra joven ha cedido el paso a volúmenes amorfos, derrumbados, a veces fofos.
Los rostros son lacerados allá donde más duele; pómulos, cejas y nariz. Es como retroceder miles de años en fisonomía: caras excesivas de seres primitivos que ya no existen; caras que habíamos olvidado, pero con la mirada inteligente y asustada de un superviviente y el brillo temible de un depredador que está acostumbrado a mantenerse cerca de la sangre.
No son agujetas pijas de gym lo que tienen los boxeadores. Son dolores de convalecencia que duran semanas y acaso meses; ese tipo de dolor que te despierta por la noche cuando te mueves para cambiar de postura y te dice lo solo que estás, la locura de tu sacrificio y lo pronto que vas a caer definitivamente.


domingo, 18 de mayo de 2014

Márquez contra Alvarado


En pelea eliminatoria de la categoría welter de la Organización Mundial de Boxeo disputada en el Forum de Inglewood, California, el mexicano Juan Manuel Márquez se impuso por decisión unánime al estadounidense Mike Alvarado.
El mexicano, de 41 años, dominó los primeros asaltos con comodidad, golpeando con mayor precisión que un Alvarado demasiado defensivo. El estadounidense intentó llevar el combate a la corta pero el mexica, en gran estado de forma, reaccionaba con rápidas combinaciones desmontando la estrategia del contrario.
Al final del octavo episodio, Márquez amartilló un derechazo demoledor que, apenas visto, acabó con Alvarado en la lona. La campana sonó providencial.
Alvarado, como guerrero herido,  le devolvió el regalo a Márquez con un perfecto semigancho en corto en el asalto siguiente, pero el caído se levantó raudo y volvió con fuerza renovada.
En los últimos asaltos, Márquez, forzando la marcha, mandó de nuevo en el ring y llevó la iniciativa la mayor parte del tiempo. Alvarado, un poco herido, se dedicó a responder sin demasiada convicción.
La jerarquía en el ring, como en la vida, se la gana uno a base de lucha, tesón y capacidad de sufrimiento. (A mí que no me miren.)


viernes, 16 de mayo de 2014

F.J. Haydn (III)

La apertura a las nuevas sonoridades, aparentemente tan propia de la música contemporánea, de hecho tuvo lugar durante el s. XVIII gracias a toda la extraordinaria pléyade de compositores conocidos y no tan conocidos, especialmente sinfonistas, que reunió ese milagroso siglo musical. Y entre ellos, claro, el más innovador de todos, nuestro querido F.J Haydn.

Haydn fue el rey de los nuevos espacios sonoros orquestales. Espacios sonoros conformados a base de combinaciones instrumentales muy sencillas e indicaciones de movimiento y matiz perfectamente meditadas. Las texturas sonoras logradas por el compositor de Rohrau a partir de sus investigaciones en esa línea han sido inspiración y envidia permanente para todos los compositores posteriores que quisieron seguir practicando (pobres) la forma sinfónica.

La belleza contemplativa de su sonido, su sesgo parcialmente sublime, es lo que ha llevado a la tradición a considerar estos momentos musicales como Sturm und Drang. Pero sería más adecuado que lo entendiéramos como un S-u-D inconsciente y prematuro. Prematuro al ser templado por la exigente convención de una elegancia clásica que nos lleva a un terreno de narratividad y forma suspensiva, desvinculada de todo, inexistente hasta entonces, al menos de esa manera tan radical.   


Haydn, que es todo invención formal, encaja estas sonoridades en la peripecia de su drama sonoro con el ensimismamiento y la contemplación de un afecto conflictivo y extraordinariamente posesivo. El desarrollo musical es detenido y la atención del oyente es robada hasta un momento extático. La articulación de la música y el sentido de su dirección sufren el colapso de la pura sonoridad. Y tras su primera y deslumbrante aparición (veamos el ejemplo del Adagio de la Sinfonía 61) la forma sonata del movimiento queda tocada y va a ser conformada por ese momento inolvidable, hacia el cual se va a dirigir todo el material musical como se dirige inexorable el pecio en la espiral de un sereno torbellino hacia su centro. En este Adagio aparece en los m 1:50, 2:18, 5:55 y 6:22:

                                  https://www.youtube.com/watch?v=-XyD-uRuCJQ