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martes, 29 de enero de 2013

García vs Salido



20-I-2013 
Miguel Angel ‘Mikey’ García, con una estrategia y una precisión técnica excelentes, envió cuatro veces a la lona  a Orlando ‘Siri’ Salido, conquistando así la corona pluma de la Organización Mundial de Boxeo en el Madison Square Garden de Nueva York.
El combate fue detenido en el séptimo asalto tras un cabezazo involuntario de Orlando Salido que provocó la fractura de nariz del nuevo campeón, el cual estaba dispuesto a seguir a pesar de la cirugía estética repentina que le había dejado el apéndice nasal como un gancho de carnicero. Su aspecto era espeluznante.
(En la foto aparece García a la derecha.)

domingo, 27 de enero de 2013

Soledades, ermitas.



















Toda construcción románica transmite una sensación de austera dignidad; es testimonio de carácter cabal, manifestación de respeto tanto de lo divino como de lo humano. 

Pero acaso pocos edificios románicos nos transmiten una emoción tan pura como las sencillas ermitas, iglesias y monasterios que encontramos a lo largo y ancho de los campos de las Castillas, allá donde un cielo azul cargado de retablos de nubes se junta con una tierra alta y llana; una tierra aventada, seca y solitaria. Tierra de cereal y hueso.

Es difícil encontrar en el mundo una arquitectura más cercana y parca, y a la vez más utópica. El paisaje contribuye y conspira a ello. 
No hay armonía posible más elemental del hombre con la tierra. No hay sentido más próximo del cielo. Porque estos edificios están hechos para esa luz afilada y purísima, y para ese cielo inmenso, pero a la vez se acogen al suelo como un humilde y contundente accidente geológico.

El viajero que se acerca a ellos a veces los confunde con ruinas, y la mayoría son lugares vacíos donde nunca va nadie. Sin embargo, rara vez se siente ante ellos sensación de abandono. Sí de soledad y silencio. Soledades y silencios inmensos que atraviesan el tiempo y que potencian un permanente pálpito de serena súplica. 

Estos edificios mantienen una sobrecogedora soledad como vínculo inviolable con su pasado. Agradecimiento y recuerdo suplen la falta de agitación vital... afortunadamente para el viajero que se acerca cansado, que respeta y admira.


jueves, 24 de enero de 2013

La sangre devota


Si ha existido un poeta contemporáneo entregado al juego del amor y la religión al mismo tiempo es el mejicano Ramón López Velarde.
       Se dirá que hay muchos poetas de ese tipo, los que hacen del amor una religión y de la religión un amor, y es verdad; pero es difícil encontrar en la época reciente a uno que haya escarbado tan retorcidamente en el equívoco entre el lenguaje religioso y el amoroso, entre la devoción mística y la perdición carnal, entre la pureza sublime y la vulgaridad putañesca y sacrílega… a la búsqueda permanente y ansiosa de ‘algo’ nuevo, de algo que no se hubiera dicho ya. No es búsqueda de originalidad, es la búsqueda de una revelación… que no llega, y que no llega.

       No, no encontró exactamente nada ‘nuevo’ López Velarde, claro, pero esa práctica acabó por crear en su poesía una particular ética de la rareza, un sistema de hipersensibilidades exasperadas; virtuales sinestesias del descontento que avanzan a la búsqueda de lujurias inasibles en exquisitas pantomimas de escenarios íntimos. (Si leen su poesía, se darán cuenta de que este tremendo último párrafo no es exhibición, sino que es de una exactitud casi matemática.)
       Y está, claro, la muerte, promesa recreada, la amante que no falla, la lujuria última.
       Y también hay un marco espacial ruraloide y cerrado, exagerado sin duda y por ello perfecto para conseguir transmitir el sofoco de un alma y un cuerpo que apenas se pueden contener ante el acoso del poderoso almizcle de la tierra mojada, los inciensos, las alcobas, las camas, los cirios, los sexos femeninos, los altares y los cementerios aldeanos.
     
       Aquí no hay un don de la ebriedad, como diría el otro, sino más bien la condena a una ebriedad sin bridas, maldita, enfermiza, dependiente, también sarcástica, en la que no cabría más descanso que el Fin. 
       Bueno, bien se ve que esta descripción es ya un contagio de su poesía. Una intoxicación. Ningún lector fiel de su obra puede quedar inmune. Que te intoxique una poesía (¡que, como ésta, en principio no te gusta por aparentemente prosaica, provinciana, fracasada y arrítmica!) es señal, cuando menos, de vigor creativo, de carácter, de empeño y, generalmente, de talento.

       Cómo no, algunos versos:

*A su prima:
“(…) A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
       me iba embelesando un quebradizo
       sonar intermitente de vajilla
       y el timbre caricioso
       de la voz de mi prima.
                          Águeda era
       (Luto, pupilas verdes y mejillas
       rubicundas) un cesto policromo
       de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso. (…)”

*A la gracia primitiva de las aldeanas:
“(…) Buenas mozas: no abrigo más empeños
que oír vuestras canciones vespertinas
llegando a confundirme en las esquinas
entre el grupo de novios lugareños.
Mi hambre de amores y mi sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de doncellas de un lugar pequeño. (…)”

*A su amada en Cuaresma:
“(…) Yo te convido, dulce amada,
a que te cases con mi pena
entre los vasos de cebada
de la última noche de novena.”

*A su amada:
“(…) Toda tú te deshaces sobre mí como una
escarcha, y el traslúcido meteoro prolóngase
fuera de tiempo; y suenan tus palabras remotas
dentro de mí, con esa intensidad quimérica
de un reloj descompuesto que da horas y horas
en una cámara destartalada. (…)”

*A su amada:
“(…) Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,
cuyos senderos polvosos y desolados jardines
te han de devolver en rosas la más estéril cizaña.”

*A una amada:
“(…) Tanto se contagió mi vida toda
del grave encanto de tus ojos místicos,
que en vano espero para nuestra boda
alguna de las horas de pureza
en que se confortó mi gran tristeza
con los primeros panes eucarísticos.”

*A una mujer:
“Cumplo a mediodía
con el buen precepto de oír misa entera
los domingos; y a estas misas cenitales
concurres tú, agudo perfil; cabellera
tormentosa, nuca morena, ojos fijos;
boca flexible, ávida de lo concienzudo,
hecha para dar los besos prolijos
y articular la sílaba lenta
de un minucioso idilio, y también
para persuadir a un agonizante
a que diga amén.
(…) y tampoco sabes que eres un peligro
armonioso para mi filosofía
petulante… Como los dedos rosados
de un párvulo para la torre baldía
de naipes o dados.”

*A la mujer hermosa:
“(…) Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
como una azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas. (…)
Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.”

*El amor y la muerte:
“(…) Mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó (…)”

*El son del corazón:
“(…) Y soy el suspirante Cristianismo
al hojear las Bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.
(…) La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con el clamor pagano y nazareno. (…)”


miércoles, 23 de enero de 2013

Gómezdaviliana (II)




Como ya se dijo, volvemos a Nicolás Gómez Dávila.

Recojo a capricho y por temas aforismos de sus Escolios a un texto implícito. En este caso dos que podrían ir en sucesión. Sus miles de reflexiones están unidas por vías comunicantes.

Religión:

"La religión no se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo" (...) "La verdadera religión es monástica, ascética, autoritaria y jerárquica"

lunes, 21 de enero de 2013

Ripios


Si es tantas veces dudoso aquello de que una imagen vale más que mil palabras, no lo es tanto, curiosamente, referido al concepto literario de ‘ripio’ cuando echamos mano al mundo de la construcción y nos acercamos a observar con algo de detenimiento un muro de mampostería. De mampostería ordinaria, preferentemente.

Aquí tenemos un muro de mampostería ordinaria, la clásica, la que más se encuentra a lo largo y ancho de nuestro país.
Y… ¿qué es el ripio en esta foto? Pues el ripio son los trocitos o escombros de obra que se emplean para tapar los huecos que quedan entre las piedras. El término procede del verbo latino repleo, etc. (pleo, ‘llenar’), o sea, ‘rellenar’.
De ahí viene su desprestigio literario. Es un relleno.

Sin embargo, el relleno, en el muro real de piedra, es absolutamente necesario, incluso bonito.
Es lo que tiene la materia, que cuando es necesaria siempre acaba gustando.
Y siempre sabemos cuando es necesaria.

Imaginemos un taller de mampostería ordinaria… Qué cosa más seria, más severa, más sólida y más simple a la vez; algo de lo que uno, en principio, se puede fiar. En cambio, ¿quién se fiaría de un “taller de palabras”?...


jueves, 17 de enero de 2013

"Choque de civilizaciones"



La tan traída y llevada “alianza de civilizaciones” fue una raquítica entelequia sin contenido puesta de moda durante aquel gobierno de adolescentes hijos de la Logse. 
La realidad de la historia siempre ha sido (y sigue siendo, quizás ahora más que nunca), más bien, el “Choque de Civilizaciones”, una idea antigua, pero recientemente precisada y puesta en el candelero por el célebre trabajo del profesor Samuel Huntington (y anterior, naturalmente, a su antónimo "alianza de civilizaciones").

En este vídeo tenemos cifrada en una fantasía visual lo que pasa cuando un pueblo conquistador no tiene nada que aportar a una tierra conquistada. (Se trata de unos vikingos que llegan a la costa norteamericana [como realmente ocurrió]. Es una escena de la hermosa y violentísima película Valhalla rising del director danés N. Winding Refn.)

El conquistador enmudece y el conquistado se crece.

Es un choque de ‘civilizaciones’ (abusando aquí, sin duda, de este concepto) de primera hora. Desencuentro inicial y precipitación fatal.

El problema no es tanto la reacción del conquistado, sino la capacidad civilizadora (y militar; van unidas) del que conquista.

Desde luego, los vikingos, no tuvieron ninguna.

*(Comprenderán que el primer párrafo de este texto era evitable, pero... ¡es que tenía que ponerlo!)





lunes, 7 de enero de 2013

Vindicación (poética) del reaccionario (auténtico).



En principio, sorprende que fuera Nicolás Gómez Dávila, un pensador colombiano al margen de modas literarias, políticas e intelectuales, quien con más convencimiento argumental, estilo y singularidad poética reivindicara en pleno siglo XX la figura (maldita) del reaccionario.

De entrada reconoce en el reaccionario (auténtico, hay que aclarar) la lealtad a la derrota y la “inmoralidad” de resignarse a ella; hecho que, según él, descoloca tanto al progresista radical como al progresista liberal, las dos caras de la misma nefanda moneda de dominación actual.
Si el reaccionario asume como capricho el condenar la historia (gesto tan propio suyo) no es por deporte o puro sentido del espectáculo, sino porque ve que las fuerzas sociales coinciden en una dirección inamovible hacia una meta (adivinada) que no le interesa, que desprecia y que no puede desembocar, según él,  más que en una arrasada e incierta “llanura estéril”.

Ello no implica que mire al pasado aferrándose a las últimas sombras de algo que desaparece (idea que tienen muchos del reaccionario) ni que anhele un mañana mejor según las típicas tradiciones humanitaristas, sino que reconoce o intenta reconocer las “esencias” que lo ponen a prueba como hombre con sus “presencias inmortales”. Ahí es nada.

La relación con las presencias inmortales implica “perseguir en la selva humana la huella de pasos divinos”. Esto no es grandeza pomposa o religiosidad demente, como pensarían enseguida el progre y el conservador (y cualquiera), sino fenómeno que se puede hallar, por ejemplo, a partir del cruce de miradas entre nosotros y el miserable que pide ayuda tirado en la calle.
Tampoco es esto para él zafarse irresponsablemente y sin más de “la servidumbre de la historia”, que hunde y quiebra constantemente la pretendida libertad del hombre de la que tanto hablan progresistas y conservadores y toda clase de demócratas de última hora.
No, el reaccionario se aficiona a causas intempestivas, anacrónicas; a causas, por ello, que “no importa perder”.  Lo importante es “la ruptura del futuro” (improbable, claro) con lo que considera él “sórdido presente” y no tanto la reconstrucción de un pasado idealizado.
“Izquierdas” y “derechas”, si es posible hoy hablar así sin confundir (o hablar sin interés ideológico personal y sin pereza), son para el reaccionario instancias de poder que juegan a la disputa de la posesión de una sociedad industrializada y pletórica de la cual nuestro hombre ‘reactivo’ sólo “desea su muerte” porque ve en ella un péndulo oscilatorio de fatalidad entre el “despotismo de la plebe y el despotismo del experto”.
Así, el reaccionario admite someter su voluntad a necesidades que no imponen sino que se acaban reconociendo dentro de una vivencia de la libertad que se rinde gustosa a evidencias que guían suavemente “a la orilla de estanques milenarios”. Y esta lírica no debe ser pariente de vaporosos sueños nostálgicos, más bien exige el coraje de un incansable buscador “de sombras sagradas sobre colinas eternas”.

(P.D. Vale, hombre, ya se había avisado de que la “vindicación” era poética. Volveremos sobre Gómez Dávila.)



viernes, 4 de enero de 2013

Confesiones




No sería exagerado decir que el género literario de las "confesiones" ha gozado de una excelente salud desde su brillantísima inauguración en el s. IV con San Agustín (por no mencionar el género "meditaciones" o "reflexiones" de los clásicos, donde con más o menos aparente disimulo se 'confesaba' el autor de turno) hasta nuestros días. Días éstos hipertrofiados de confesiones de todo tipo: literarias, testamentarias, políticas, profesionales, intelectuales, familiares, íntimas, médicas, psicológicas, psiquiátricas, radiofónicas, televisivas, teatrales, cinematográficas, etc, etc. 
Qué peste de manía confesional se nos impone a todos sin haber pedido nada. Qué gran deseo el de la gente de confesar lo que nadie quiere oír. Qué presunción, qué falta de cálculo, qué indelicadeza, qué indiscreción, qué aburrimiento, qué cinismo...

Pero lo verdaderamente cínico es la incomprensión y más aún el rechazo del sacramento de la confesión católica en un confesionario de la mayoría de esta población que va detrás de la confesión más imperativa, burda y soez (sea suya o ajena). 

Quien con más elegancia y precisión ha expresado esta contradicción ha sido el matemático más brillante del s. XVII, Blaise Pascal (en sus Pensamientos; un fragmento sobre El amor propio):

"... He aquí una prueba que me horroriza. La religión católica no obliga a descubrir los pecados ante todo el mundo indiferentemente" -(como se hace hoy día en cualquier espectáculo televisivo-periodístico que se precie, apunto yo)- "... permite que permanezcan ocultos a todos los demás hombres, excepto a uno solo, a quien manda que descubramos el fondo de nuestro corazón tal cual es. No hay más que este solo hombre en el mundo a quien nos ordena desengañar, y a él le obliga a un secreto inviolable que hace que este conocimiento sea para él como si no existiera. ¿Se puede imaginar nada más caritativo ni más suave?" -(perfectos adjetivos, "caritativo, suave", si lo comparamos con las repugnantes confesiones contemporáneas, a menudo torturantes o denigratorias, públicas [voluntarias o casi siempre compradas] y clínicas, añado yo)- "...y, sin embargo, la corrupción del hombre es tal, que encuentra todavía dura esta ley; y ha sido una de las razones que ha hecho rebelarse contra la Iglesia a una gran parte de Europa. ¡Qué injusto e irrazonable es el corazón del hombre que encuentra mal que se le obligue a hacer ante un hombre lo que sería justo, en cierto modo, que se hiciera ante todos los hombres!"

No hay duda de que en esta pérdida de lo que podríamos llamar modales (sólo por observar el carácter estético del sacramento de la confesión) hay un rebajamiento de la sensibilidad y capacidad civilizadora de la sociedad.



martes, 1 de enero de 2013

"Pastorela"



Un tipo nunca puede representar un país y menos a un gran país como es Méjico, pero casi cualquier país, incluso Méjico, puede estar representado por cuatro o cinco tipos estándar que darán una idea, cuando menos, de la gente que se va a encontrar uno por la calle.

En la enloquecida película Pastorela, de Emilio Portes, encontramos a ciertos tipos maravillosamente caricaturizados propios del Méjico popular como son el encabronado, el culero y el paternal mandón, representados magistralmente por los actores Joaquín Cosío, Eduardo España y Carlos Cobos, respectivamente.

En esta primera escena de Pastorela vemos cómo se calientan el arcángel y el diablo antes de salir a ensayar (ojo a partir del minuto 1:45; patético momento de dos adultos ridículos y fabulosa la naturalidad de los actores Joaquín Cosío y Eduardo España; se diría que aún no estaban rodando y que los han pillado; qué extraordinaria retahíla de epítetos le dedica el ángel al diablo):


...Y en esta otra escena asistimos, con Carlos Cobos (y Cosío), a una bendición apremiante y definitiva:



¡Qué grandes comediantes tiene Méjico!