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martes, 30 de septiembre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XXXVI).


Y, al fin, tiene lugar el encuentro.
Terrores intemporales, fabulosas visiones, imágenes monstruosas se aprestan en la pluma de Melville para describir un campo bélico tan largamente esperado por el lector como inconcebible.
No es sólo una bestia Moby Dick. Actúa como una conciencia enfrentada a la conciencia de Ahab. No hay duda, la ballena es para éste también una presencia numinosa, una resistencia excesiva, sin límites, y también necesaria -divina-, como lo fueron los grandes animales salvajes para los primeros hombres de la tierra; una fuerza originaria que ha causado un dolor insondable al viejo capitán, padre de todos los inocentes que van en el Pequod. Es imposible enfrentarse a ella. Es la venganza contra la misma existencia. Es la lucha final. Los hombres contra el dios ancestral. Como si este fuera el primero de los relatos antes que todos los relatos sobre la lucha permanente de hombres y dioses. El relato que nunca se contó; vergonzoso, derrotado y maldito.

“(…) surgía del lomo de la ballena el mango roto de una lanza (…) de cuando en cuando se paraban sobre ella algunas aves que rodeaban al leviatán y allí quedaban, balanceándose silenciosamente en aquella pértiga, mientras las largas plumas de las colas flameaban como diminutos gallardetes.”

“(…) Pero al hundir una y otra vez los ojos en los abismos, vio allá en el fondo una blanca mancha viva, no mayor que un hurón blanco, que subía con pasmosa celeridad (…) hasta que emergió, y se vieron entonces claramente las dos largas hileras torcidas de blancos dientes que surgían del fondo invisible. Eran la abierta boca y la defectuosa mandíbula de Moby Dick, cuyo enorme cuerpo en sombras se confundía aún con las azules aguas oceánicas. La refulgente boca bostezó bajo la lancha como abiertas puertas de un sepulcro de mármol, y Ahab, haciendo virar rápidamente la embarcación sirviéndose de su remo de popa, la apartó de tan terrible espectáculo.”

“(…) Un instante antes que la lancha quedara partida en dos, Ahab, que fue el primero en penetrar la intención de la ballena, al ver cómo levantaba la cabeza y le soltaba, intentó en un esfuerzo definitivo sacar la lancha de entre las mandíbulas, pero ésta resbaló más allá, siempre apresada, y a la vez desprendió las garras de Ahab, que cayó de cara al mar. (…) Aunque las otras balleneras aún indemnes estaban al pairo, muy cerca, no se atrevían a meterse en el torbellino para atacar por temor a desencadenar un ataque exterminador de la ballena sobre los náufragos, empezando por Ahab. Se limitaban a aguzar la mirada desde el límite exterior de la zona pavorosa, cuyo centro era ahora la cabeza del viejo.”

viernes, 26 de septiembre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XXXV).


Y de pronto, el grito que venía preñando la imaginación y acongojando los corazones espectantes de todos y cada uno de los marineros se oyó real desgarrando el silencio del Pequod:

“(…)-¡Por allí resopla! ¡Una joroba como un monte nevado! ¡Es Moby Dick!!!”

En el barco se inicia entonces una frenética actividad resultado de los nervios desatados:

“(…)-¡Meted dentro las bonetas! ¡Arriad juanetes! ¡Se va a sumergir! ¡Tres balleneras preparadas! Señor Starbuck, ya sabe que se queda a bordo a cargo del buque. ¡Ehh, timonel, orza un punto! ¡Así! ¡Despacio, muchacho, despacio! ¡Allí va la cola! ¡No, no es más que agua negra! ¿Listas las lanchas? ¿Preparados? ¡Señor Starbuck, arríeme! ¡Más deprisa, más deprisa!”

Se arrían todas las lanchas y los hombres se disponen a la caza. Mientras, en la cara del oscuro e inconmovible parsi se cifra lo que las almas de los hombres no han acertado todavía a sentir:


“(…) se izaron velas y empuñaron canaletes, bogando rápidamente hacia sotavento, con Ahab a la cabeza. En los ojos hundidos de Fedallah brillaba un pálido destello de muerte y una mueca siniestra le torcía el rostro.”

jueves, 25 de septiembre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XXXIV).


Un día brillante de calma serena en el que mar y cielo aparecen como la belleza y la bondad unidas, y los hombres del barco aquietan sus almas y olvidan sus pesares. Ahab siente, por última vez acaso, lo que es la amable humanidad y recuerda el descanso terrestre y a la amada familia cuando mira a los ojos de su primer oficial. Le dice:

“(…) ¡Acércate, Starbuck! ¡Acércate a mi lado, que pueda mirar unos ojos humanos! Es preferible que mirar el mar o el cielo; mejor que mirar a Dios. Deseo sentirme en la verde comarca, en el entrañable hogar (…) Veo en tus ojos hijo… a mi mujer y a mi hijo. ¡No, no, quédate a bordo, a bordo! No vengas cuando yo salga de caza. Cuando Ahab, el hombre marcado, persiga a Moby Dick.”


Pero enseguida vuelve a ser presa del misterioso amo de su voluntad, al que reconoce por encima de toda fuerza y de toda imaginación. "El hombre marcado", dice, asumiendo su condición cainita. ¿Qué puede hacer él ni nadie contra el mecanismo eterno, contra un destino que hace mover desde la más pequeña y efímera ola hasta el mismísimo Sol?

Las notas sentimentales que deja oír Melville ya hacia el final de su novela no hacen más que introducir una modulación patética, tanto más desolada, en el trágico final que se adivina.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XXXIII).


El Pequod se encuentra a los balleneros Rachel y Delight. Los dos se acaban de cruzar recientemente con la Ballena Blanca. El primero busca una ballenera perdida en la que va, entre otros, el hijo del capitán; el segundo acaba de perder a varios marineros y está preparando la mortaja y el acto de sepultura del único que pudo recuperar:


“(…) Mas el rápido arranque del Pequod no bastó para ocultar el chapoteo del cadáver en el agua ni pudo evitar que algunas burbujas le salpicaran el casco como un bautismo siniestro.”

domingo, 21 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXXII)


Continuando con su derrota hacia el suroeste, el barco atravesó por la noche una serie de pequeñas islas rocosas donde se cobijaban focas cuyas crías se perdían en la oscuridad:

“(…) Finalmente, al acercarse el barco (…) a los suburbios del coto ecuatorial y mientras navegaba en medio de la profunda oscuridad que antecede al alba, por entre un grupo de islotes peñascosos, la guardia, mandada por Flask, se vio sorprendida por un grito tan dolorido e inhumano (como os lamentos balbucientes de los espectros de los inocentes inmolados por Herodes), que todos salieron sobresaltados de su ensimismamiento y durante unos instantes quedaron petrificados (…) en tanto aquel salvaje alarido se seguía oyendo. (…) Con todo, el canoso hombre de Man, el más anciano de todos los marineros, afirmaba que aquellos lamentos desgarradores provenían de los últimos ahogados en el mar.”

A pesar del terror y la superstición dominantes entre esos pobres hombres que como almas condenadas surcaban un mar semejante al más allá, un mar que ya era para ellos un círculo dantesco, no decaían en el trabajo de navegar y acercarse a su todavía ignota condenación. Ése era su trabajo, ése era su progreso. Trazar el camino hacia la perdición más absoluta, como la humanidad entera.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXXI)


El Pequod ya es todo la pura necesidad de Ahab -los marineros y demás tripulantes van borrando su necesidad e incluso su presencia ante el fulgor cegador del capitán- y uno se pregunta si no sería que sólo él quiere representar la realidad en un mundo desolado nacido del error que recorre como el último de los locos, pero con la seguridad del Amo:

“(…) Hacía tiempo que Ahab se había encastillado en su mutismo mágico. Se mantenía apartado, y cada vez que el barco hundía el bauprés en la espuma, volvía la mirada hacia los fúlgidos rayos del sol, avante, y al hundirse de popa se volvía para contemplar cómo los rayos amarillos se fundían en la recta estela del buque.
-¡Ja, ja!, barco mío. ¡Ahora se te tomaría por el propio carro del sol! ¡Oh naciones! ¡Todas a proa! ¡Os traigo al sol! ¡Un yugo sobre las olas, una yunta en el mar, y yo lo guío!”

Ahab, el laborioso; Ahab, el guía de pueblos a los que lleva hasta el sol con la determinación de un elegido.
No es extraño que se tenga a Moby Dick como una de las grandes obras fundacionales de Estados Unidos.