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martes, 30 de mayo de 2017

La foto de Andrew Moore



El novillero Pablo Aguado atendido por las cuadrillas después de una cogida el 26 de marzo de 2017 en Las Ventas.

Esta fabulosa foto de Andrew Moore, de la cual ha corrido tanta tinta esteticista -la repentina composición triangular; su carácter sacro; retablo agónico, etc- muestra ante todo que el protagonista de la fiesta taurina es el hombre. El drama del hombre que indefectiblemente acaba cayendo. Y la comunidad ante el dolor. La vida es una  celebración que acaba mal. Socorrer al caído es labor que ennoblece a los que aún siguen en pie.

sábado, 27 de mayo de 2017

Gómezdaviliana (XXXVII)



Esta elegante poesía de la fe que nos engalana a los no creyentes:

"Sentirse creatura es sentirse contingente, pero misteriosamente albergado."

lunes, 22 de mayo de 2017

Juego



Todo adulto con talento y sin afectación, cosa rara, conserva necesariamente esa capacidad infantil de entregarse al juego y a la creatividad sin condiciones ni espectadores. Esa entrega absoluta. Él, el mundo, la concentración y el trabajo. Qué gran suerte llegar a adulto con esas condiciones. En nuestras sociedades de transparencia pornográfica y exhibición hay que ser un titán de virtud para ser eximio en algo y a la vez refractario a la afectación. Benditos los que hacen algo por el solo hecho de hacerlo bien. Como los niños sumidos en su juego.

viernes, 19 de mayo de 2017

Carpinterías



Cada vez que me topo con la puerta de una carpintería -cosa excepcional- siento una espontánea necesidad de reverencia. Me detengo... y miro, y huelo. Esa delicadeza en el trabajo; esa severa entrega. Los aromas nobles. Es algo sumamente agradable y placentero. Luego soy consciente de que ahí tiene lugar una fusión mirífica entre lo sensual y lo místico. El humilde José y el humilde Jesús, padre e hijo, estaban tal cual, hace dos mil años, que esos hombres anacrónicos que veo ahora.
Qué extraordinariamente materialista es el relato cristiano.  

miércoles, 17 de mayo de 2017

Retratista en el desastre



Siempre que me encuentro en un ahogo existencial recurro a Cioran, como cualquier hijo de vecino. Este hombre, como ya creo que dije en algún otro post, nunca falla: abro sus Cuadernos al azar y me encuentro con un autorretrato (mío):

"Toda presencia humana me inspira, según mis humores, molestia o terror. Nunca me siento natural ante un ser humano.
   Si me quitaran uno tras otro todos los deseos que he podido concebir, en lo más profundo de mí seguiría afincada, intacta, inatacable, la nostalgia del desierto."

Ese lirismo posromántico, esa intimidad al descubierto, esa hiperbólica ironía nos seduce una y otra vez como una hermandad en el desastre. Pero otras veces Cioran es tanto más efectivo en la consolación cuanto más prosaico y seco:

"Lo importante es estar de vuelta de todo; el resto es cuestión de matiz."

Esto, vale, se lo podemos oír a un colega en un bar. Pero es que lo dice Cioran, uno de los hombres más elegantes, educados y más pobres de París. Y eso es muy serio.


martes, 16 de mayo de 2017

Periodismos



En 1980, Juan Luis Cebrián llamó a Jean-François Revel para pedirle una carta de apoyo para un proceso. Revel se prestó sin reparos, pero aprovechó la ocasión para preguntar al director de El País por qué su diario no había mencionado el "caso Marchais", esto es, la publicación en la prensa francesa de un documento alemán que demostraba sin dudas que el líder del Partido Comunista Francés había sido trabajador voluntario en la Alemania nazi de los años 1942 y 1943 (Marchais siempre había sostenido que era un "deportado"). Cebrián respondió: "Sí, es cierto, pero es que el jefe del servicio extranjero estaba de viaje y el que le reemplazaba es comunista; de modo que se ha silenciado el asunto." Así mismo. Y palante. El "periódico global".

martes, 9 de mayo de 2017

"Aguas fecales"; memorias o Historia.



Este excelente y necesario artículo de Arcadi Espada, aquí asimismo metido a historiador,  en el que pone de manifiesto la exigencia memorialística (mejor llamémosle Historia) frente a la broma grotesca, por ignorancia grosera y brocha gorda, de los que mandan en el ayuntamiento de BCN y otros similares que no tienen ni idea de la gravedad y radicalidad ética que supone investigar el pasado sin partidismos:

“Un día de esta semana leí un titular de periódico barcelonés donde se anunciaba la reforma de la Vía Layetana. Como la calle está entre las más desgraciadas de la ciudad y sufro de cierta melancolía de los años en que Barcelona era un tema para las personas adultas, seguí párrafo abajo. Hice bien. Y volví a reprocharme el desprecio, justo pero demasiado apasionado, que me lleva a evitar los periódicos locales. La reforma que planean los pisarellos municipales consiste, bajo la excusa de ensanchar brevemente las aceras, en instalar unos paneles explicativos de la represión franquista, frente a la Jefatura Superior de Policía y en retirar de la plaza Antonio López su nombre y el monumento que allí mismo rinde homenaje al magnate. No tengo dudas de tu adhesión entusiasta a estos planes y quiero ayudar a completarlos para que la reforma no quede coja.
Yo soy un gran entusiasta de las placas, paneles, lápidas y de cualquier otro método que permita explicarse a las ciudades. Ayer, en Madrid, descubrí con viva emoción la casa de Tócame Roque gracias a una de esas placas. Hasta entonces yo creía que era un cuplé sicalíptico. Así que me parece bien que unos paneles frente al edificio de la Policía expliquen que allí se torturó durante el franquismo. Pero el texto habrá de incluir por obligatorias razones de vecindad una mención al monumento que se alza al otro lado de la calle y que honra la memoria de Francesc Cambó. Como quizá sepas, Cambó hizo tres cosas en su vida: ganar dinero, fundar el catalanismo moderno y financiar el crimen de Franco. Cambó es el autor económico del delito de tortura y a mí me gusta que las ciudades hablen claro. 
Aun así, por muy clara que sea la letra de los paneles, cualquiera acabará preguntándose cómo es posible que a un lado de la calle se denuncie lo que al otro lado se celebra. Máxime sabiendo que los promotores de la reforma no son socialdemócratas ni por tanto especialistas en vivir con un pie a cada lado de la calle. Aunque es probable que la última putrefacción por descubrir del populismo sea su hipocresía. El monumento a Cambó tiene, además, una característica muy importante. No es un resto del franquismo. Ni siquiera es un resto que el franquismo respetara y celebrara. El monumento es, nada menos, que del año 1997, cuando se cumplieron 50 años de su muerte y Jordi Pujol gobernaba y evadía impuestos en Cataluña. No sé si habrá panelito para explicar la interesante complejidad que de todo eso se deduce.
La otra gran reforma de los pisarellos es la evacuación de la estatua del primer marqués de Comillas, que lleva allí desde 1884, un año y medio después de su muerte. Y que ya se erigió con polémica. Francisco Bru, hermano de la mujer de López, publicó en 1885 La verdadera vida de Antonio López y López e incluyó este párrafo: «¿Qué os parece españoles esta dignidad? ¿Qué les parece a los barceloneses? Pueden estar muy ufanos de tener en una de sus plazas públicas la estatua de un chalán de carne humana, célebre por su vil crueldad en la isla de Cuba, antes de serlo en la Península por sus millones y suntuosidades. Con razón podría llamarse a aquella plaza, la plaza de los Negreros, porque será la rehabilitación monumental y la apoteosis radiante de todos los comerciantes de carne humana».
Para decirlo sumariamente, Francisco Bru fue a Antonio López lo que Antonio Pérez a Felipe II. Un traidor en posesión de secretos. Los traidores merecen honores: con ellos avanza el mundo; pero hay que señalar su condición. El colérico panfleto que escribió contra su cuñado está relacionado con asuntos de familia, o sea de dinero. Aún escribió Bru otro panfleto donde aparece el poeta y capellán de López, Jacinto Verdaguer, cuyos versos grabados en la piedra condenada van a pasar también al almacén municipal: «Montado de tus naves en el ala bendecida/ busqué de las Hespérides el naranjal en flor/ Mas, ¡ay!, es ya despojos/ de la onda que por ella ha tantos siglos se vio vencida/ apenas puedo ofrecerte pues, si te placen, estas hojas/del árbol que el dorado fruto dio».
La historia de López, prodigiosa, aún no ha sido escrita. Es probable que incluya ese lado indigno. El problema para los pisarellos, sin embargo, es el del cirujano que observa una infección extendida. ¿Dónde cortar? La estatua a López puede ser profilácticamente trasladada. Pero el traslado desencadenará una peligrosa marea. Para empezar habrá que escribir en el panel que la apertura de la Vía Layetana, clave en el proceso de expansión urbana de la burguesía, fue obra de los López (sí, ya sé, libe, Tebas la de las siete puertas, quién la construyó), a través del Banco Hispano-Colonial y sus capitales tiznados. Y sobre todo el panel habrá de abordar el asunto Güell.
A la altura de la Gran Vía, entre Rambla de Cataluña y paseo de Gracia, se levanta la estatua de Juan Güell, contemporáneo de López. Un hijo de Güell, Eusebio, se casó con una hija de López, Isabel, en la unión dinástica española más colosal y suculenta desde Isabel y Fernando. Pero antes de que eso sucediera Güell y López compartieron mucho. Lo primero fue Cuba y el modo de produción esclavista. Fue allí, y en ese modo, donde el apellido Güell acumuló sus primeros capitales. Más allá del sentido común -Juan Güell, que nació en 1800, hijo de indiano, pasó en Cuba buena parte de sus primeros 35 años y volvió rico a Barcelona- está el párrafo apologético de las memorias privadas de su nieta Isabel Güell: «Le llamaban el Catón por su excepcional conducta. Haciendo elogios de su rectitud oí una vez decir que había dado libertad a sus esclavos; no sé si es verdad ni si hubiera sido posible». Como es natural, de lo único que duda la nieta es de la libertad. Nada han dicho aún los pisarellos acerca de la estatua Güell. Deben de estar inscritos en el sentir general catalanesco acerca de la poderosa familia: si hubo gusano lo incubó López. López, Comillas, España, todos los cuentos acaban igual aquí: con el lobo travestido. 
Juan Güell no solo se hizo rico con el trabajo de sus esclavos. Es que defendió briosamente la esclavitud contra librecambistas, republicanos y demócratas. Su intimidad con López les llevó a encabezar juntos uno de los primeros manifiestos contra la abolición de la esclavitud, en marzo de 1870. Hay una frase muy impublicable en ese manifiesto que mejor que pases por alto: «Los que opinamos que las decisiones femeninas que han tomado los abolicionistas radicales son más simpáticas que convincentes...» Pero comprendo la prudencia con el apellido Güell. Si se vincula a Güell con el esclavismo, ¿cuántas estatuas, palacios, edificios, parques, calles no han de condenarse? Tus pisarellos son más prácticos de lo que parece. Porque aún hay más. Ni López ni Güell fueron excepciones. Basta coger la lista de fundadores del círculo catalán antiabolicionista, creado en 1872. Está el apellido Güell, desde luego. Pero también los Godó, Arnús, Milà, Letamendi, Rubió i Ors, y hasta los que llegarían a obispos: Morgades y Casañas. Te encarezco a que repases los periódicos de principios de la decáda de 1870. Van muy cargados de prosa catalana. Este párrafo, por ejemplo, de otro que firmó en 1873 toda -toda- la nobleza catalana: «Conforme están los que suscriben en aceptar la idea civilizadora de la abolición de la esclavitud, siempre que esto se lleve a cabo con tacto y miramiento». 

Esto es lo que yo reclamo, justamente, para la reforma de la Vía Layetana, y sus panelitos. Tacto y miramiento. No se vaya a tener que clausurar la ciudad entera ante la desbordante emergencia de sus aguas fecales.”

lunes, 1 de mayo de 2017

Xavier Corberó



Ha muerto Xavier Corberó, el célebre escultor y diseñador que residía en Esplugues de LLobregat, al lado de Barcelona.
Yo le conocí porque viví una temporada junto a su casa. Lo veía muy poco, pero recuerdo su educación y simpatía. En aquel entonces, la mayor parte de su escultura no me interesaba casi nada y su casa, a base de jardines y laberintos de cemento con cientos de vanos de arco de medio punto me parecía el delirio de un compulsivo. Pero era un tipo estupendo e inteligente. Se me antojaba un antiguo aristócrata napolitano. Saludaba siempre sonriendo y haciendo una sutil inflexión de cabeza. Y siempre, siempre, llevaba un cigarrillo en la boca. Aspiraba intensamente. Una vez, hablando sobre el tabaco en una de nuestras breves conversaciones de vecinos exquisitos, me dijo con su inevitable sonrisa: "sólo tengo un pulmón, pero no pienso dejar de fumar, prefiero morir a dejar de fumar"; y volvió a sonreír. Sí, esas fueron sus palabras, y yo también fumaba, aunque en ese instante me sentí muy mediocre ante la fabulosa convicción de ese hombre. Descanse en paz.