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miércoles, 23 de abril de 2014

Cioran, el frívolo.


En su Précis de décomposition (nunca me acostumbraré a la rotunda traducción del título que hizo Savater, Breviario de podredumbre), libro que considero el mejor de entre los de Cioran por las sustantivas variaciones de sus temas y su incansable tensión expresiva, hay un pasaje que es, aparentemente, una confesión rendida a contrapelo de sus convicciones. Se trata de una (casi) exaltación primaveral de la frivolidad. Y lo más encantador es que lo hace por mor de la sutileza, la vergüenza y el pudor.

Dice: “(…) La frivolidad es el antídoto más eficaz contra el mal de ser lo que se es: merced a ella engañamos al mundo y disimulamos la inconveniencia de nuestras profundidades. Sin sus artificios, ¿cómo no enrojecer de tener un alma? Nuestras soledades a flor de piel, ¡qué infierno para los otros! Pero es siempre para ellos y a veces para nosotros mismos para quien inventamos nuestras apariencias…”


Se diría que este pasaje podría revocar toda la obra del rumano. Y aunque es evidente que Cioran no se lo creyó del todo (como no pudo creerse del todo ninguna de las líneas que escribió porque, si no, hubiera dejado de escribir en el instante en que su ser se entregaba por vez primera a los abismos de la existencia, de la incerteza y de la nada), se trata de uno de los fragmentos que más sinceridad íntima destila en toda su obra. De hecho, corrobora su obra. Frivolidad sería, por tanto, su grave, demoledora y elegante poesía filosófica; como estilo, como representación, como apariencia, como hipérbole, como consolación… como salvación. Su obra, que fue su antídoto contra la vida, fue su frivolidad. Quién lo hubiera dicho; Cioran, el frívolo.

lunes, 21 de abril de 2014

Hopkins contra Shumenov


En combate disputado en el DC Armory de Washington (19-IV) el veterano estadounidense de 49 años Bernard Hopkins retuvo su cinturón semipesado de la Federación Internacional de Boxeo (FIB) y se proclamó nuevo campeón de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer por puntos al kazajo Beibut Shumenov.
Hopkins se fue imponiendo a  Shumenov a base de contragolpes, colocación y trucos (lícitos) de veterano.
La relativamente clara victoria del norteamericano se rubricó en el undécimo asalto cuando, tras un derechazo, sentó a Shumenov en la lona.
En el último episodio el kazajo sacó fuerzas de flaqueza, pero se topó con la experiencia de un Hopkins que da la impresión de estar disfrutando de un pacto diabólico por su potencia, agilidad y arrojo cuando está a punto de cumplir medio siglo de vida.

De nuevo, la fuerza moral guía y sostiene sin menoscabo la resistencia de un cuerpo que acumula años.

sábado, 19 de abril de 2014

Domingo de Resurrección, BWV 4.

La BWV 4 es una de las cantatas tempranas de J.S. Bach para el Domingo de Resurrección.
La segunda estrofa (el tercer movimiento de la cantata), un dúo entre soprano y contralto, es una de las concentraciones extáticas más sobrecogedoras de las obras religiosas de Bach. No se canta la resurrección todavía, sino que se reconoce el triunfo de la muerte: Den Tod niemand zwingen kunnt (Nadie contradice a la muerte), canto que deriva de una secuencia medieval dedicada a la víctima pascual.  

La relación de lenta caída entre dos intervalos de medio tono separados por una tercera mayor descendente marca todo el movimiento y, de hecho, toda la cantata (es una cantata coral que mantiene monótona la integridad estilística del género luterano).
Bach retiene la expresividad de la música creando un estatismo rítmico y melódico a base de contenciones, ecos, repeticiones, paralelismos y juegos interválicos entre las dos voces que suspenden la emoción del oyente rindiéndolo perplejo hasta el Aleluya final. Impresionante. 


Esta sutilísima versión de Masaaki Suzuki con el Bach Collegium de Japón es la mejor que he oído nunca:

viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo



“Πόθεν εί σύ; ὁ δὲ Ἰησοῦs ἀπόκρισιν οὐκ ἔδωκεν αὐτῳ”-
“Unde es tu? Iesus autem responsum non dedit ei.”-
“¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta.”- 
(Juan 19, 9)       

(Imagen: Enguerrand Quarton; Piedad de Villeneuve-les-Avignon, h. 1455.)

miércoles, 16 de abril de 2014

La grande malinconia

La cosa es que en Roma todo y todos se confrontan con el tiempo. Siempre hay algo más antiguo que está ahí. Se confrontan con el tiempo los que van de paso, los visitantes y los residentes. Esta especial circunstancia la aprovecha el director de la película La grande bellezza hasta convertirla en una estética total. La convencional estética de lo perdido, de lo que podía haber sido (¿otra realidad?), de lo que debería haber sido (¿alguien lo sabe verdaderamente?) y, en fin, de una vanitas itineris general.
En Roma la melancolía de lo que fue es condición sin la cual no habría Roma, pues evoca, seguramente más que ninguna otra ciudad, la brevedad vital y la fatuidad del hombre al intentar engañarla. La Ciudad Eterna.

El protagonista del largometraje -encantador, indolente y cínico, aparte de excelente rostro cinematográfico- vive en un ático frente al Coliseo y mece sus decaimientos y ensoñaciones en la hamaca de una inmensa terraza donde convoca fiestas para maduras buenorras y vejentones rijosos que necesitan, desesperadamente, borrar el tiempo.
¿Y cómo borrar el tiempo bailando pachangas de Rafaella Carrà frente al bimilenario Coliseo, observando performances idiotas bajo el acueducto Aqua Claudia o inyectándose botox colectivamente en un palacio barroco lleno de fastuosos murales desconchados? Así avanza la película, entre patetismos, bromas y personajes inspirados o tomados directamente de películas de Fellini y Vittorio De Sica. No es original ni creativa, ni crítica ni emocionante, ni especialmente bella (las simétricas postales romanas recuerdan demasiado al cine pomposo de Peter Greenaway; de la tópica música acaso lo mejor es Arvo Part, o quizás el The Lamb de John Tavener, por no decir los mix de la Carrà) , y tampoco creo que el realizador lo pretendiera; pero la combinación de todos sus elementos (a veces tan graciosamente heterogéneos como errados: p. e., el truco de la monja centenaria no funciona) es como una droga de aparente baja intensidad que sin embargo va entrando en sangre y sin avisar te coloca exactamente en el lugar que -imagino- el autor quería: no nos podemos identificar con esos personajes de vida regalada cercanos a la decadencia final que vienen y van por la pantalla, pero resulta que nos estamos viendo, ¡ay!, a nosotros mismos en ese extraño caleidoscopio de pasado y presente, a pesar de ser mucho más jóvenes que ellos. Desde que la he visto, cagüen diez, me arrastro con grande malinconia y poca bellezza .

Este tráiler sintetiza muy bien la película: