La ventaja del analfabetismo de épocas
pasadas era que, si bien no se evitaba la ignorancia desde una perspectiva
académica, se impedía la difusión de la estupidez. Cuando un analfabeto --por
ejemplo, del medievo-- entraba en una iglesia románica y se acercaba a
contemplar un capitel o el detalle de
una pintura o escuchaba una antífona, había una transmisión de ‘información’
noble, segura, auténtica; independientemente del nivel mental del observador u
oyente. Pero en nuestra época sin analfabetos la difusión de la estupidez y el
mal gusto (incluidos los centros de enseñanza a cualquier nivel; o sea, desde
una perspectiva académica) ha tomado una propulsión tan grande que su presencia va a necesitar auténticas revoluciones para ser revocada.
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