Estamos en
semana de Reyes Magos.
Los Mágoi (o astrólogos orientales
poseedores de una sabiduría secreta) deberían ser interpretados como hombres
sabios trasmutados en reyes, puesto que la Biblia no admitía nada prístino que
se emparentara con las magias ocultas, y la elevación de esos ‘astrólogos’ a la
dignidad real se remonta a una cita de Isaías del Antiguo Testamento (Isaías
60, 3):
“Marcharán las
naciones hacia tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada.”
Luego, tres
versículos más allá, leemos:
“(…) llevarán
incienso y oro, y cantarán alabanzas a Yahvé.”
Del evangelista
Mateo se dedujo que eran tres reyes por el número de regalos: añadió la mirra
al incienso y oro de Isaías. La tradición quiso ver en los regalos los símbolos
de la monarquía (oro), la divinidad (incienso) y la pasión y muerte (mirra) de
Jesucristo. Beda el Venerable
consideró a los reyes como
representantes de Europa, Asia y África. Eso los reafirmó.
En cuanto a la
estrella, ha corrido un montón de literatura astrológica sobre conjunciones de
estrellas y apariciones de cometas con sus correspondientes representaciones y
simbologías. Si nos acogemos a la Biblia topamos con el ‘desviado’ (por, en principio, enemigo) adivino oracular -más que profeta- mesopotámico Balaam, de la época de Moisés, que habla
en el Libro de los Números de una
estrella que saldrá de la raza judía, y de un cetro que aniquilará a los
enemigos de Israel:
“Lo veo, aunque
no para ahora, lo diviso, pero no de cerca; de Jacob avanza una estrella, un
cetro surge de Israel.”
Y posteriormente,
la interpretación popular de ese versículo de Números habla de forma directa de los conceptos de rey y de mesías
refiriéndose a una personificación de la estrella.
Entre muchos
judíos del s. II d. C. fue el rebelde contra Roma Simeón ben Kosiba el líder liberador
-supuesto- que mereció el apelativo de Bar
Kokhba, o sea, ‘Hijo de la Estrella’.
El final (22:
16) del libro de la Revelación o Apocalipsis evangélico nos dice que
Jesús se proclama “aster ó lamprós ó
proinós”: “Estrella resplandeciente de la mañana.”
Bien, y vamos a
dejar uno de los villancicos polifónicos más refinados que se hayan escrito
sobre la adoración de los reyes. Obra en música –a cinco voces imitativas
trenzándose unas con otras en un tapiz magistral- y letra (preciosa) del gran Francisco
Guerrero: “A un niño llorando al hielo…”
(¿Quién es el
necio que quiere sustituir la rica tradición de los reyes por la del chusco
papá Noel?)
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