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martes, 5 de septiembre de 2017

Preludio n 8 del "Clave...". Sviatoslav Richter.

Y es que J. S. Bach, cuando se ponía contemplativo, reunía más atributos propios del Romanticismo que cualquier músico romántico propiamente dicho.
El discurso de algunos de los preludios de su Clave Bien Temperado está tan preñado de evasión ensoñadora que podría ilustrar cualquier estampa romántica por muy tópica que fuera. Pero, ahhhh, la calidad musical es tan insuperable que trasciende toda catalogación. Por eso, los músicos posteriores a su redescubrimiento (entiéndase de Mendelssohn en adelante) lo copiaron del derecho y del revés, absolutamente todos (y casi todos mal).
De entre los preludios de la mencionada obra destaca este n. 8 en mi bemol menor del Primer Libro. Más que en cualquier otro, Bach se recrea en una tensa sonoridad estática, realzada por una línea melódica angulosa y doliente que evoca un diálogo cuyas voces disjuntas escapan de la resolución hasta que llega la fuga y se recogen en un ámbito más estrecho y con serena marcha de metrónomo. Bien, pero a lo que iba...

Creo que Sviatoslav Richter -que por eso traigo yo esto aquí- ha entendido más que nadie en toda la historia de la interpretación este preludio (y fuga). Arpegia todo lo que puede. Deja sonar las notas esponjando el discurso sin perder cohesión; al contrario, su cohesión viene dada por el tiempo de espera y espectación entre arpegio y nota, nota y arpegio. ¡Las texturas entre los piano y los forte!...  Y de nuevo Bach se hace misterio hechizante y emoción intemporal:




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