Y es que J. S. Bach, cuando se ponía contemplativo, reunía más atributos propios del
Romanticismo que cualquier músico romántico propiamente dicho.
El discurso de
algunos de los preludios de su Clave Bien
Temperado está tan preñado de evasión ensoñadora que podría ilustrar
cualquier estampa romántica por muy tópica que fuera. Pero, ahhhh, la calidad
musical es tan insuperable que trasciende toda catalogación. Por eso, los
músicos posteriores a su redescubrimiento (entiéndase de Mendelssohn en
adelante) lo copiaron del derecho y del revés, absolutamente todos (y casi todos mal).
De entre los preludios de la mencionada obra destaca este n. 8 en mi bemol menor del Primer
Libro. Más que en cualquier otro, Bach se recrea en una tensa sonoridad
estática, realzada por una línea melódica angulosa y doliente que evoca un
diálogo cuyas voces disjuntas escapan de la resolución hasta que llega la fuga
y se recogen en un ámbito más estrecho y con serena marcha de metrónomo. Bien, pero a lo que iba...
Creo que
Sviatoslav Richter -que por eso traigo yo esto aquí- ha entendido más que nadie en
toda la historia de la interpretación este preludio (y fuga). Arpegia todo lo que
puede. Deja sonar las notas esponjando el discurso sin perder cohesión; al
contrario, su cohesión viene dada por el tiempo de espera y espectación entre
arpegio y nota, nota y arpegio. ¡Las texturas entre los piano y los forte!... Y de nuevo Bach se hace misterio hechizante
y emoción intemporal:
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