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domingo, 30 de junio de 2019

Brideshead y el alcohol



Creo que la razón que hace de la novela y su serie Retorno a Brideshead algo especial, emocionante y cercano, a pesar del estiramiento y afectación de sus británicos protagonistas casi arquetípicos, es la generosidad nunca escatimada en palabras o en imágenes de su afición al alcohol en forma de vinos, champañas, licores, jereces, oportos, aguardientes, etc. 
No recuerdo ninguna obra de ficción en que la razón de ser de una amistad y su alegría esté tan sinceramente expresada mediante el alcohol, eje vertebral de unas vidas jóvenes, brillantes y prometedoras, que se irán modelando con y por el vino y cuya futura promesa de maduración (una) y tragedia (la otra) se adivina tempranamente en su relación con el alcohol, tal como revela premonitoria una de las mujeres más inteligentes (y discretas, of course) de la obra. 
Si hay un elemento que dé apariencia interesante de existencia real a esas figuras de ficción, es el alcohol. Gozosamente.
Esto lo entenderán todos los santos bebedores de este mundo. La alegría del vino. La tragedia del vino. La verdad. La vida.
Escuchen la música de Geoffrey Burgon titulada Sebastian contra el mundo. Oigan cómo la dulzura despreocupada e indolente del vino esconde al final una disonancia irreversible.

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