Mientras nacionalistas, populistas, totalitarios, zafios e
ignorantes de todo pelaje avanzan, marcan tendencia y se recrean en puestos de
poder e influencia como un ejército de bichos infectos, los mejores se van. Se
diría que por cansancio; por despecho.
Me acabo de enterar de que hace tres semanas murió Gonzalo Puente
Ojea.
Este verano perdimos al filósofo de filósofos con el cual, y desde
el reconocimiento, Puente Ojea tuvo algunas complejas disputas filosóficas en
cuanto, sobre todo, al origen de la religión. Sólo decir en honor de Ojea que
no salió mal parado con su, tal vez, exceso de psicologismo y animismo en los
debates escritos y verbales con el maestro (y que me perdone mi ignorancia).
Puente Ojea, exquisito embajador en el Vaticano, donde se le
retiró el placet por su divorcio y posterior matrimonio civil, y a quien el
partido socialista no se atrevió a defender, escribió algunos de los más apasionados
libros sobre historia y filosofía de la religión en español. Documentados y
reflexionados como pocos, siempre desde un punto de vista ateo que, acaso, en
algún momento, le pesó en exceso por voluntarismo reivindicativo. Era un
extraordinario conocedor de los textos sagrados y en buena medida no pocos
jovenzuelos descreídos nos iniciamos en ellos gracias a él. Encantadoras
paradojas del mundo lector.
Me parecen excelentes y clarificadoras (siempre desde una vehemente
perspectiva laica) sus obras sobre los orígenes del Cristianismo y la génesis del pensamiento cristiano. También sus trabajos históricos sobre la fe como
ideología y la formación del poder eclesiástico, que abordaba con un amplísimo
dominio de los conceptos teológicos y de la historia.
Descanse en paz otro imprescindible de la búsqueda del
conocimiento de verdad. No de esa “Cultura” de la que hablan sin parar y cosas
así.
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