Telemann es inmenso, prolífico,
inabarcable. Podría uno pasarse la vida
escuchando su música y no sería suficiente para conocerla toda. Y toda es de
una calidad superior. Telemann mantiene un nivel elevadísimo a lo largo y ancho
de su oceánica producción. Su dominio de las fórmulas barrocas y la fluidez de
su escritura nos ha legado una obra elegante, sin mácula ni aristas, pero quizá
por ello mismo un poco indiferenciada y falta de carácter. Esto no es un
demérito. Son miles de piezas con todas
las combinaciones posibles. A pesar de
ello, de vez en cuando, nos sorprende con una elevación que va más allá de su
perfecta rutina. Es el momento de nobleza-Telemann. La inspiración que vuela
por encima de un oficio impecable. Y no se puede pedir más a un músico barroco.
Es cuando ocurre esto… el movimiento lento de trompeta más bello de todos los
tiempos (las versiones del viejo minero Maurice André con sus trompetillas
barrocas de feria, a cuál más pequeña, me parecen todavía insuperables por tempo, afinación y timbre):
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