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domingo, 28 de abril de 2019

Balthus. Una pintura total.



 Extraordinaria la exposición temporal de Balthus en el Museo Thyssen de Madrid.
Balthus fue uno de los grandes resistentes al totalitarismo de las Vanguardias y la revolución artística del s. XX. Y fue un resistente seguro y a conciencia desde el principio. Sólo por eso puede ya caer simpático.
Su sentido culto y aristocrático del arte y su sensibilidad por lo atemporal trazaron desde muy temprano un camino en el que un idealismo formal puro, casi abstracto, ha luchado siempre por hermanarse con la sensualidad de los objetos e insistentemente con el cuerpo femenino púber. 
La figuración realista de sus lienzos tiene detrás un trabajo de estudio y decantación de siglos de pintura clásica; desde el muralismo romano y románico o los frescos primitivos renacentistas, hasta la fría estampa oriental pasando por el énfasis corporal del barroco más clasicista. Ninguna anécdota, ni siquiera en los paisajes más complejos, distrae su ojo esencialista de su búsqueda platónica de la forma ideal. Ningún deseo carnal inconfesable lo desvía de su amor por esa tradición inmortal iniciada por la escultura griega. Precisamente por esto, él puede pintar escenas tabú sin que la pacata burguesía bienpensante (antes) ni la ofendida progresía moralista (ahora) se le echen encima de manera excesiva. Sus desnudos pertenecen a todas las épocas. Sus adolescentes son arquetipos que cifran una turbadora belleza carnal con la solidez de la columna toscana. 
Balthus era un pintor lento y ensimismado; hechizado él mismo por la depuración de unas obras en marcha nunca acabadas, y que hechiza al espectador elevando su mirada hacia el universo de lo sólido, lo ordenado y lo inmutable. Esas ideas universales traducidas en imágenes pintadas. 
(La única pega a la exposición: es un poco parca en número de obras.)

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