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sábado, 18 de junio de 2016

El viejo Adam y el viejo Karl



De entre las dos políticas emergentes en España nada nuevo. Una intenta entroncar con ese pensamiento liberal que habla de prosperidad en consonancia con las posibilidades de nuestro mundo real, concreto, complejo, sin fundamentalismos democráticos y por tanto sin grandes promesas ni paraísos. La otra sigue la estela difusa de mesianismos absolutistas, utopías y generalizaciones campanudas de baja graduación mental.
Un caso reciente: el líder de la primera política señalada va a Venezuela a ver lo que pasa, a hablar con la gente y a escuchar a los represaliados. El líder de la segunda, disimulando, no habla con la gente que sufre la represión ejercida por los que él y los suyos asesoraron, sino que prefiere la facilidad de hablar a distancia ‘de’ la gente, de eso que denomina “pueblo”; espantajo conceptual al que se dedica a adular y sobre el que marca fines milenarias porque lo utiliza como sinónimo de clase social opuesta necesariamente al resto.
Por un lado votarán los que prefieren coraje, conocimiento y responsabilidad -los que, cuando menos, se paran a dudar porque no lo ven todo tan simple-, y por otro los que escogen pleitesía y sumisión ocultas en un envoltorio revolucionario. Esa revolución de miedo a la libertad fomentado por la obcecación. Obcecación tan cabreada como desmemoriada que aún hoy se empeña en negar la prosperidad que han llevado a una gran mayoría de población las democracias liberales capitalistas (con sus chanchullos también, sí… ¿y cómo no?) y en no ver el fracaso económico, político y social del socialismo marxista y el comunismo realmente existente. ¿Pero será posible que a estas alturas aún no lo vean? 
Otra obviedad: uno de los principales problemas de este país es su grado de desunión por unos regionalismos solipsistas que son síntoma de variopintos complejos de inferioridad. Respecto de esto, unos hablan de aunar y articular fuerzas en la libertad y la igualdad legal. Los otros exploran ambiguamente las sensibilidades identitarias más bajas.

Por otra parte, todos se indignan con la corrupción. Está bien indignarse en un país lacerado por tantos chorizos. Perfectamente plausible. Pero la corrupción económica se puede combatir sistemáticamente con el poder judicial; si funciona. Por el contrario, la corrupción mental, la corrupción ideológica, la corrupción educativa es mucho más difícil de atacar. Años y años de logse y malas políticas en la enseñanza nos han dejado demasiados individuos de mentes elementales que sólo reaccionan ante estímulos elementales y dan la espalda a quien demande esfuerzo en la incertidumbre, aunque sea del lado del conocimiento de la realidad. Cuántas veces se ha dicho: no se convencerá por la razón a quien se ha dejado ganar por la pasión. Según las encuestas sube la pasión. Gana el espíritu de la Logse. Es comprensible. Y también es deprimente.
(PD Puede parecer que defiendo a los primeros. Sí frente a los otros, evidente; pero no les perdono que evitaran reconocer con mayor valentía el trabajo de UPyD, hoy casi desaparecida.)

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