De entre las dos
políticas emergentes en España nada nuevo. Una intenta entroncar con ese
pensamiento liberal que habla de prosperidad en consonancia con las
posibilidades de nuestro mundo real, concreto, complejo, sin fundamentalismos
democráticos y por tanto sin grandes promesas ni paraísos. La otra sigue la
estela difusa de mesianismos absolutistas, utopías y generalizaciones
campanudas de baja graduación mental.
Un caso
reciente: el líder de la primera política señalada va a Venezuela a ver lo que
pasa, a hablar con la gente y a escuchar a los represaliados. El líder de la
segunda, disimulando, no habla con la gente que sufre la represión ejercida por
los que él y los suyos asesoraron, sino que prefiere la facilidad de hablar a
distancia ‘de’ la gente, de eso que denomina “pueblo”; espantajo
conceptual al que se dedica a adular y sobre el que marca fines milenarias porque lo utiliza como sinónimo de clase social opuesta necesariamente al resto.
Por un lado votarán los que prefieren coraje, conocimiento y responsabilidad -los que, cuando
menos, se paran a dudar porque no lo ven todo tan simple-, y por otro los que
escogen pleitesía y sumisión ocultas en un envoltorio revolucionario. Esa revolución
de miedo a la libertad fomentado por la obcecación. Obcecación
tan cabreada como desmemoriada que aún hoy se empeña en negar la prosperidad
que han llevado a una gran mayoría de población las democracias liberales
capitalistas (con sus chanchullos también, sí… ¿y cómo no?) y en no ver el
fracaso económico, político y social del socialismo marxista y el comunismo
realmente existente. ¿Pero será posible que a estas alturas aún no lo vean?
Otra obviedad:
uno de los principales problemas de este país es su grado de desunión por unos
regionalismos solipsistas que son síntoma de variopintos complejos de
inferioridad. Respecto de esto, unos hablan de aunar y articular fuerzas en la
libertad y la igualdad legal. Los otros exploran ambiguamente las
sensibilidades identitarias más bajas.
Por otra parte,
todos se indignan con la corrupción. Está bien indignarse en un país lacerado
por tantos chorizos. Perfectamente plausible. Pero la corrupción económica se
puede combatir sistemáticamente con el poder judicial; si funciona. Por el
contrario, la corrupción mental, la corrupción ideológica, la corrupción
educativa es mucho más difícil de atacar. Años y años de logse y malas políticas en la enseñanza nos han dejado demasiados
individuos de mentes elementales que sólo reaccionan ante estímulos elementales
y dan la espalda a quien demande esfuerzo en la incertidumbre, aunque sea del
lado del conocimiento de la realidad. Cuántas veces se ha dicho: no se convencerá
por la razón a quien se ha dejado ganar por la pasión. Según las encuestas sube
la pasión. Gana el espíritu de la Logse.
Es comprensible. Y también es deprimente.
(PD Puede parecer que defiendo a los primeros. Sí frente a los otros, evidente; pero no les perdono que evitaran reconocer con mayor valentía el trabajo de UPyD, hoy casi desaparecida.)
(PD Puede parecer que defiendo a los primeros. Sí frente a los otros, evidente; pero no les perdono que evitaran reconocer con mayor valentía el trabajo de UPyD, hoy casi desaparecida.)
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