Han coincidido en el tiempo dos maneras
de destruir el decoro que se trenzan como un ornamento ostentoso: por un lado
una publicidad en la que tratan a los usuarios de prostitutas casi como a
criminales y por otro la moda de revelar intimidades a todo trapo y sin más.
La primera manera me molesta de entrada
por lo que tiene de abuso en el trato -ese descarado y chabacano “eh, tú,
putero”-, falto de toda sensibilidad, y la segunda me preocupa por los efectos
que puede tener en la vida pública.
El decoro es como un telón de raso que nos
protege de la vulgaridad y que salva a
los demás de nuestras intimidades y viceversa. Cuando éstas se hacen públicas
se abre paso el poder de la intrascendencia. Si la intrascendencia se hace
pública y prospera es que a alguien le interesa. Cuando interesa a mucha gente
es que hay negocio. Cuando ese negocio pasa a la política es que ésta se está dejando dominar por lo intrascendente. Es un paso más en la sociedad del
espectáculo sentimental. Dijo Guy Debord
que el “Espectáculo” era el capital en un grado tal de acumulación que se
convertía en imagen. Hoy podríamos decir que una parte de ese espectáculo es la
intimidad en un grado tal de acumulación que se convierte en publicidad, y en
rédito político. O sea, que políticos sin escrúpulos perciben que la sociedad
sentimental en la que vivimos tiende a premiar al más indecoroso revelador de intrascendencias íntimas. Y lo
aprovechan.
No, las cosas no pintan muy bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario