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viernes, 12 de octubre de 2018

Más sobre América e Hispanidad



Domingo de Soto, filósofo-teólogo y científico (fue el primero en establecer que la caída libre de un cuerpo presenta una aceleración constante; idea que aprovecharon muy bien Galileo y Newton) subrayó con acierto que lo que se debatía en la célebre controversia de Valladolid (1550-51) era cómo debían quedar aquellas gentes sujetas a la autoridad del emperador “sin lesión ninguna de su real conciencia”. O sea, cómo debe desarrollarse el Imperio allí con su justicia sin que los indígenas pierdan sus derechos naturales de seres humanos.
El filósofo y jurista Ginés de Sepúlveda defendió, frente a un necesario pero sensacionalista las Casas, la soberanía civil de los españoles, diciendo que “(…) no hay que obligarlos [a los indígenas] a ser cristianos por la fuerza, pues si así se hiciera, sería nulo según el derecho natural y las leyes cristianas, sino que hay que llevarlos a observar las leyes de la naturaleza que obligan a todos los pueblos, y que los mismos indios violaban de muchas formas y vergonzosamente” (se refiere a antropofagia, torturas, sacrificios propiciatorios de hombres mujeres y niños, esclavismo extremo…).
Todo esto se debatió en España con frecuencia a pesar de que existían y se hacían por cumplir (con todas sus dificultades, procesos y condenas) las Leyes de Burgos del 27 de diciembre de 1512 y 28 de julio de 1513 en las que se reconocía a los indios como “hombres libres”.  
Con todos sus problemas y abusos particulares (recordemos que ya a Colón le encadenaron y metieron en la cárcel las leyes españolas precisamente por abusar del cargo contra los indios) la legitimación de la conquista de América fue la idea ortogramática de imperio generador en marcha, en el sentido en que su norma rectora fue buscar la acción benefactora de las sociedades que iba dominando (no olvidemos las instituciones civiles, más que religiosas, que se desarrollaron allí: fundación de impresionantes y bellísimas ciudades, escuelas, universidades, academias, virreinatos, audiencias, etc. ¿Qué instituciones dejaron los holandeses o los ingleses durante sus expansiones coloniales?) La marcha y el sentido de regeneración del proyecto colonial español con su funcionamiento político y legal permitió, precisamente, el proceso de emancipación y creación de las diferentes naciones americanas, no sin conflicto, puesto que una gran parte de las poblaciones indígenas (muy mezcladas con los blancos de España) no aceptaron de buen grado la separación de sus países y sociedades de la España originaria, y digo originaria porque toda América era España, ya que cuando la semilla de las emancipaciones la Constitución española (1812) (vuelvo a recordar la entrada de La Constitución de Cádiz) reconocía como ciudadanos iguales a los de aquí y a los de allí y hablaba de Las Españas. Todos, por tanto, eran ciudadanos españoles con iguales derechos. ¿Qué otro imperio contemporáneo se mezcló con los indígenas y les otorgó ese grado de desarrollo? Ninguno. La depredación salvaje de otros imperios estaba a la orden del día.
Hasta el más célebre científico-naturalista europeo de los ss. XVIII-XIX, el alemán Alexander von Humbolt (tan célebre naturalista como obscuro conspirador amigo de Simón Bolívar) tuvo que reconocer el grado de desarrollo académico-técnico de las sociedades que habían sido ‘colonizadas’ (inadecuada palabra) y el cuidado y la atención que el monarca de ese momento, Carlos IV (un rey no especialmente cuidadoso), ponía en sus tierras americanas. Prueba de ello eran las inversiones económicas en el estudio de la naturaleza, superiores a las de ningún otro gobierno europeo, tal y como demostró el mismo Humbolt. En este sentido, un detalle curioso que pocos saben: El primer tren español no fue el de Barcelona-Mataró -como ¡aún! se enseña en algunas escuelas e institutos-, sino que fue, once años antes, el que enlazaba La Habana con Güines, en la isla de Cuba. 

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