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viernes, 5 de junio de 2020

El hombre que nunca estuvo allí

El hombre que nunca estuvo allí (The man who wasn't there) es una hermosa obra de arte sin contenido, una pura forma cinematográfica hecha a partir de un guión-pretexto que no importa a nadie porque está elaborado premeditadamente a retazos con algunos lugares comunes de la gran pantalla. Pero todos los amantes del cine han de sentir una gran conmoción al adentrarse en esta película. Porque aparenta el sueño de la existencia colectiva en un blanco y negro tan diáfano y bello como un grabado renacentista. Porque es la apoteosis de la lentitud de un hombre que somos todos nosotros cuando el mundo se para y sólo sentimos como verdad el paso del tiempo y la futilidad de las relaciones humanas. Y el humo de los cigarrillos atravesado por la luz. Pero también, claro, está Beethoven. Con su música, la contemplación de la nada se hace profunda y emocionante. Carter Burwell, el músico de los Cohen, pone el lirismo moderno (en este vídeo).
La vulgaridad, el error y la insustancialidad de la vida pueden ser muy bellos si se representan con elegancia. Sin pretensiones filosóficas. Sin discursos. Sin apenas nada. 
La condición es tomar un tiempo y lugar, y un tipo concreto, un rostro. No correr. No mover. Amar las cosas iluminadas por el sol y la profunda negrura justo más allá. Y, sobre todo, que sea ficción; porque... la realidad, ¿quién la soporta?


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