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martes, 27 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo


Ha muerto hace muy poco (el día de todos los Santos), Agustín (García Calvo). El sabio zamorano. Maestro único de lenguas y de saberes antiguos; hablador, dialogador, dramático, traductor (no lo puedo probar, pero dudo que exista en el mundo una traducción tan bella de la Ilíada) y poeta. Y en todo ello pensador. Querido por todos. Rey, a pesar suyo, de una corte de devotos seguidores, mediosanos y dementes; extravagantes, locos, insensatos… garciacalvistas pesados muchos. Convertido casi en una religión. Aun así, siempre fue delicado, paciente, comprensivo, amable y caritativo.
Cuántas cosas se podrían decir de este excepcional hombre. Cuántas obras, y cuántas hermosuras inolvidables en ellas sobre las que se vuelve más tarde o más temprano. Sí, esa razón, esa voz del corazón soltando verdades como puños, simples y poderosas, dichas como hacía mucho tiempo no se oían. Saber e intuición al alimón, verdad y sensibilidad mezcladas.
Ahora sólo quiero recordar una de esas altísimas gracias que dejó escritas (pero no muertas a pesar de ello, Agustín). Un poema a un burro, “Al burro muerto”. Once endechas de diferentes ritmos en recuerdo de un burro real, un burro que tuvo y amó (poco que ver con las cursilerías hiperliterarias de aquel otro tan famoso). Creo que pocos poemas narrativos más sensibles se pueden leer. No obstante, en él se descubre el pensamiento existencial básico de Agustín. La denuncia del mundo del Hombre (con mayúsculas) contra la vida gozosa y razonable; la vida cuyo sentir (que no idea) habita en el fondo oscuro del corazón de todos. Lo que él llamaba el “pueblo”, o sea, la inteligencia cuya expresión más clara era el habla, el lenguaje no domeñado todavía por las diferentes y variopintas formas de poder (entre ellas, primero, la Educación y la Cultura). Pero imagino que poco quedaba ya de eso para Agustín puesto que volcaba aquí todo su cariño en un animal sin habla (aunque no mudo), sin lenguaje, libre por tanto de las torcidas empresas del hombre y sus ideas. Contra éstas, siempre mentirosas, la sola presencia de una persona animal (que tampoco es persona, por Dios, me diría él, que es lo que no se sabe y no tiene nombre) cifrando todo el encanto de la vida que, como él decía, apenas ya tenemos, o apenas nos dejan ni nos dejamos tener.
Ahí van unos versos al respecto, irreductibles:

“Y es que tú también eras
el pueblo, sí, la gente, lo que quieras.
(…)Pero es que lo del pueblo que te cito
no está hecho de hombres propiamente:
porque es que entre la gente
hay, jumento bendito,
más que hombres, hay más; y más te añado:
que, si bien lo razonas,
en un cualquier poblado
lo que de pueblo vive
es lo que no es ni hombres ni personas:
pueblo es aquello que ni se concibe
ni se cierra en el cargo
de número de almas y de votos,
y vive, sin embargo,
gracias a que los hombres están rotos
y nunca acaba cada
uno de ser quien es ni de ser nada.”(…)

Salud, así, Agustín, allá en tu eternidad sin nombre.

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