Parce mihi, Domine, nihil enim
sunt dies mei... ("Olvídame, Señor, mis días no son nada."...)
He aquí la más sobrecogedora lectio musical del Renacimiento.
El sevillano Morales coge a
Job (7, 16-21) y lo convierte en el lamento sonoro más enigmático y fascinador
de la música polifónica de su tiempo demostrando al paso una perfecta sensibilidad con
el sentido de la letra bíblica.
Entre la queja y la
resignación Morales se instala en la resignación. Resignación porque no hay
respuesta. Todo queda irresuelto en el aire, como su música.
Perfecto por ello en sus
recursos técnicos: casi una monodía donde impera una mínima variedad
contrapuntística con notas sostenidas, reforzadas en octavas y en simples
cadencias de semitonos suspensivos dramatizados por cesuras (en esta
interpretación, con eco de prolongada resonancia).
Su ingenio es tan simple como
eficaz, por ejemplo: el bordón (bajo sostenido) es ‘trasladado’ a la voz aguda
mientras el movimiento horizontal (discreto, mínimo, secreto) lo llevan las voces medias y bajos creando un efecto espectral de atracción inigualable.
Anticipación y lección
práctica de música contrarreformista. Superior, única, nunca alcanzada por sus
contemporáneos. Transmite la grandeza de la sumisión a una norma, que es, como siempre
en arte, el imperativo que amplía la libertad del auténtico creador.
Peligro: provoca una adicción
embriagadora.
Ahí va…
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