Estar rodeados de estos corruptos de tocomocho, negociantes
trileros, financieros de tómbola, horteras de la política (profesional),
especialistas del humo (subvencionados), galafates de partido, arrufianados de
sindicato, monosabios de banca, administradores ciegos, “artistas” atorrantes,
honorables familias piñata y
empresarios rapiña… no nos puede dejar más que, como mucho, en un estado de
decaimiento mórbido.
Ninguno de esos elementos tiene la capacidad de representar
una verdadera vocación por el camino oscuro de la vida. Se trata de
vulgaridades intensas, reprobables, en algunos casos criminales… pero siempre de medio pelo.
Espantosamente mediocres y feas.
No hay nada verdaderamente grande en esas sombras. Nada que nos hiera con fuerza en
nuestra intimidad. Nada que, en fin, digámoslo, podamos contemplar con
admiración a la vez que repugnancia. Nada.
Por ello, quiero reivindicar aquí la figura del verdadero
canalla. Del malo a tiempo completo. Del gran miserable. El de talento puro. El
que combina megalomanía y mezquindad en cóctel indescifrable. Uno no puede
convertirse en eso de la noche a la mañana. Para eso hay que nacer. Eso es el
sr. B.
El gran sr. B. El admirado y repugnante sr. B.
Aquí tenemos un botón de su talento; ¡aprended
pequeños corruptos!:
Grande señor Burns. Genial. Insuperable.
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