Richard Strauss siempre fue acusado de coger poemas de segunda
para sus lieder. Lírica romántica de enamorados que se leía en salones de
ociosos diletantes.
Pero, claro, lo que hace Strauss con estas letras es
convertirlas en oro puro mediante una música que, ojo, no deja de ser del todo…
¡música de enamorados para escuchar en salones de diletantes! Sin embargo, ayyyy…
tienen siempre algo los lieder de Strauss (como casi toda su música) que, sin
dejar de parecernos o evocarnos, aun por un instante, un pastiche de épocas,
estilos y maneras, se nos antojan simplemente geniales, y no podemos por más
que recibir esa genialidad sumisos y rendidos de emoción. Es algo que no pasa con
ningún otro músico de su época (me refiero al s. XX).
Un ejemplo paradigmático es su célebre canción Morgen, con letra
del poeta de tercera (a decir de los puretas de su tiempo) John Henry Mackay.
La letra dice así:
“Y mañana brillará de nuevo el sol,
y por el sendero que recorreremos
la felicidad de nuevo nos envolverá
en el seno de esta tierra embriagada de luz…
Y hacia la extensa playa de olas azuladas
descenderemos lentamente en silencio,
mudos nos miraremos a los ojos
y sobre nosotros caerá la quietud de la felicidad…”
Empieza la canción de Strauss con un despliegue melódico arpegiado
aparentemente convencional que en realidad supone la melodía principal de la
obra. La voz (la letra) no aparece hasta el compás catorce, y, mientras que la
melodía ya se ha desarrollado en un ámbito muy amplio y fluido y con ello ha
ido envolviendo nuestra sensibilidad calculadamente, aquélla (la voz) nos
sorprende con una entrada de notas cortas-silábicas en un ámbito estrecho, un
poco apremiante, con un cierto desasosiego. Así, Strauss nos hace pasar de la
recreada emoción de una melodía poswagneriana melancólicamente expresiva a un
seudo recitado urgente, diríamos que propio de enamorados, el cual, atención, sin
apenas darnos cuenta (en tres-cuatro compases) se hace contrapunto
absolutamente sublime con respecto a la melodía del ‘acompañamiento’. En verdad
no sabemos si el acompañamiento es lo instrumental o es la voz la que acompaña; es ésta una de
las delicias tomadas del clasicismo que con maestría nos regala habitualmente Richard
Strauss.
Bien, pues a estas alturas la breve canción nos ha robado completamente
el sentido. Nos ha arrebatado.
La voz avanza desarrollando su íntimo drama con notas repetidas e intervalos de
segunda y tercera… repentinamente combinando saltos de cuarta y sexta
ascendente y luego descendente, enseguida repitiendo seis notas iguales, etc…
Y… de pronto, en una cadencia evitada se suspende el sonido... hay una espera y emerge de nuevo
la voz a solo para expresar estática y sombría las dos últimas líneas del
poema: “mudos nos miraremos a los ojos//y sobre nosotros caerá la quietud de la
felicidad”: Es fascinante aquí el sentimiento de pérdida y entrega a la
muerte que nos transmite Strauss con su ‘bloqueo’ musical.
Esta es la transformación del poema de Mackay. Hay una
transfiguración que va de una inicial felicidad, digamos, ideal a una tragedia sentimental,
sí, pero de elevado estoicismo, que mediante esta música va a resonar punzante en nuestra memoria
como una contradicción no resuelta. Al final, calla la voz y se retoma la melodía inicial hasta perderse.
En fin, creo que habrá que volver sobre este lied.
Dejo tres versiones extraordinarias:
Tremendo obsequio para los oídos y el espíritu , amigo. Muy acertado ademas el comentario/análisis
ResponderEliminarsobre la obra en cuestión.A veces lo que parecen obras menores nos deparan agradables sorpresas como esa voz maravillosa y celestial de la Norman.
He aquí la grandeza de la Música.
Un saludo.