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miércoles, 13 de febrero de 2013

Iglesia. Dogma y autoridad.



Abrumadora debe de ser la tarea de quien, como Benedicto XVI, se propone firmemente mostrar mediante la unión de dogma y razón que la Iglesia es el sostén de la verdad cristiana, o sea, de la Verdad, en un mundo (y aun en una Iglesia) en el que la verdad cambia de nombre cada 24 horas.

Este papa se obsesionó en que tras cada una de sus explicaciones, de sus reflexiones, de sus escritos se pudiera decir “esto es lo que está más lejos del error”. Ello implicaba, a menudo, una oposición a los poderes de lo fáctico y podía reflejar tenacidades, rigideces y resistencias poco simpáticas… muchas veces incluso para las tendencias internas del propio Vaticano.
No estoy apuntando una teoría (manida ya, sería) de los motivos de la renuncia de Ratzinger a la cátedra de San Pedro, sino reconociendo, más bien, un empeño que ha recorrido su pontificado.
Benedicto XVI fue un contradictorio desde el dogma a direcciones ideológicas bien afianzadas en la  Iglesia y expositor de mucha de su descomposición moral. No fue un diplomático. Su renuncia delata su ausencia de diplomacia y su negativa a las componendas. Quizás uno de sus principales, digamos, ‘defectos’ como cabeza de la Iglesia estaba en la disociación entre la brillante defensa discursiva de la autoridad teológica y su incapacidad para imponer esa autoridad en casa. Él entendió, en contra de muchos, que uno de los modos de recuperación de la autoridad era la vuelta a una liturgia seria, severa y compleja y el olvido de graciosos sermones idiosincrásicos, guitarritas destempladas y cancioncillas escolares vernáculas traídas por los mil vientos del último concilio ecuménico. En ese sentido, el papa pensaba que la Iglesia puede ser muchas cosas, pero nunca eco de moda ni tampoco institución necesitada de andar en adaptable consonancia con la corrección política. Cabe pensar que este papa prefería una Iglesia reducida pero auténtica (radical en cuanto cercana a su espíritu original) a una Iglesia masiva y creciente pero contemporizadora con los caprichos y delirios del mundo. No era mundano, desde luego; sin embargo, intentó explicar al mundo que fue precisamente la Iglesia Católica la que salvó la razón en occidente.

Pero vayamos, con el talento de Nicolás Gómez Dávila, a los textos que mejor ilustrarán lo que decimos sobre dogma y autoridad:

-Dogma:
“Los dogmas cristianos son refutaciones implícitas.
Las fórmulas dogmáticas no exponen el contenido de la fe, sino que excluyen interpretaciones que la adulteran.
La metáfora dogmática señala un rumbo, sin anticipar descripciones de la meta.”

-Autoridad:
“Autoridad es la característica propia de lo que nos subyuga, como la poesía de Homero o el genio de Platón.” [cuánto más las creaciones del cristianismo, podríamos añadir] “Autoridad no es lo que logra mandar, sino lo que no es concebible que se desobedezca sin demencia.”




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