La foto de la iglesia de Santa María la Antigua de
Valladolid antes de su derribo y posterior reconstrucción (principios del s. XX) me ha recordado el
carácter arquitectónico del palacio Donn Anna de Nápoles (ver entrada “Parténope”).
Lo bueno es que aquí sí tenemos lo que era y lo que,
supuestamente, debía ser… o unos señores creían que debía ser en nombre de esa
figura tan dudosa conocida como patrimonio artístico-cultural.
En la foto vieja, lo que en principio podríamos calificar de chapucera funcionalidad provocada por las superposiciones y excrecencias se
vuelve complejo organismo vital y revela una espontaneidad constructiva abierta a nuevas sorpresas.
Tenemos, pues, la intrigante vivacidad de unas contradicciones arquitectónicas en acumulación…
… frente al frío purismo -preciso y correcto, desde luego- de una técnica reconstructiva historicista; una
arquitectura tan bonita como muerta:
Tradición viva contra Cultura (con mayúsculas). Esa Cultura que mata de aburrimiento y no le sirve a nadie (excepto a las oficinas de turismo y a las listas patrimoniales de la Unesco) para nada.
La catalogación como Patrimonio Artístico o Monumento Nacional o (¡más aún!) Patrimonio Inmaterial Cultural de la Humanidad no es más que un billete a la muerte. Una especie de criogenización a lo Walt Disney; la conservación museística en ámbar, es decir, la fosilización, la momificación, la formolización.
ResponderEliminarQué desolación la de un edificio que ha dejado de realizar su función original; la de una iglesia en la que no sólo no se da misa, sino que está obligada a recibir en su seno al turista despistado, como si de una alcoba abierta se tratare.