Pues no, parece que no, no es posible dejar del todo a
Vivaldi.
Uno sabe lo que se dice por ahí… que es “un lugar común tras
otro”. Bien. Y sabe que lo ha oído todo de él, y que lo que no ha oído (que es
muchísimo, seguro) le va a sonar igual; y uno piensa que se conoce su música de
memoria; y que sus fórmulas elementales se repiten en todos sus conciertos; y
que es un pesado; y que es un cansancio de reiteración y superficialidad, y
bla, bla…
Sin embargo… sin embaaaargo, todos sabemos en el fondo que
con Vivaldi se da un fenómeno incontrovertible que es como una misteriosa
verdad musical que de vez en cuando se impone inapelable: a muy pocos músicos
del barroco se acaba volviendo como se vuelve al cura veneciano, cuya música se
reconoce como un paisaje aparentemente de toda la vida, sí, pero en el que uno
siente una seguridad y una satisfacción simple, redonda, aplomada,
prácticamente infalible.
Y tal vez no sea eso tan malo cuando algo así, sin duda,
sentía el mismísimo J.S.Bach, el cual volvía una y otra vez a las partituras
vivaldianas para entretenerse con sus propias adaptaciones. No en vano, en el
s. XVIII se dijo que Bach no dio con el camino correcto hasta que topó con la
música de Vivaldi (se dijo exageradamente, claro; Forkel, por ejemplo).
Y no, no todo Vivaldi es igual. Sí que todo Vivaldi funciona
bien por su efectiva coherencia motívica, interválica y rítmica. El asmático
sacerdote pelirrojo era hombre humilde y no iba más allá de sus limitaciones
porque disfrutaba explotando sus facilidades con insistente pero honesta
artesanía. No obstante, hay un Vivaldi, oh, sí, más inspirado que otro, el
Vivaldi en el que el ritornello-motívico más sencillo, p.e., tríadas
descendentes sincopadas presentadas por otras tríadas en anacrusa con un
acompañamiento y ornamento, como casi siempre, de libro (bajo continuo, escalas decorativas, imitaciones, ecolalias sonoras perfectamente encajadas en el
discurso…), levanta por los aires todo un movimiento ‘allegro’ en sol menor de
forma sintética, elegante, luminosa, entusiasta y también… emotiva.
Escúchese aquí, si no, el primer movimiento del concierto RV
156. Dos versiones: la primera a lo ‘convencional’, la segunda a lo ‘original’.
(Yo, francamente, me quedo con las dinámicas y la plenitud de sonido de la
primera interpretación):