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sábado, 27 de abril de 2013

Vivaldi, a pesar de todo.



Pues no, parece que no, no es posible dejar del todo a Vivaldi.
Uno sabe lo que se dice por ahí… que es “un lugar común tras otro”. Bien. Y sabe que lo ha oído todo de él, y que lo que no ha oído (que es muchísimo, seguro) le va a sonar igual; y uno piensa que se conoce su música de memoria; y que sus fórmulas elementales se repiten en todos sus conciertos; y que es un pesado; y que es un cansancio de reiteración y superficialidad, y bla, bla…

Sin embargo… sin embaaaargo, todos sabemos en el fondo que con Vivaldi se da un fenómeno incontrovertible que es como una misteriosa verdad musical que de vez en cuando se impone inapelable: a muy pocos músicos del barroco se acaba volviendo como se vuelve al cura veneciano, cuya música se reconoce como un paisaje aparentemente de toda la vida, sí, pero en el que uno siente una seguridad y una satisfacción simple, redonda, aplomada, prácticamente infalible.
Y tal vez no sea eso tan malo cuando algo así, sin duda, sentía el mismísimo J.S.Bach, el cual volvía una y otra vez a las partituras vivaldianas para entretenerse con sus propias adaptaciones. No en vano, en el s. XVIII se dijo que Bach no dio con el camino correcto hasta que topó con la música de Vivaldi (se dijo exageradamente, claro; Forkel, por ejemplo).

Y no, no todo Vivaldi es igual. Sí que todo Vivaldi funciona bien por su efectiva coherencia motívica, interválica y rítmica. El asmático sacerdote pelirrojo era hombre humilde y no iba más allá de sus limitaciones porque disfrutaba explotando sus facilidades con insistente pero honesta artesanía. No obstante, hay un Vivaldi, oh, sí, más inspirado que otro, el Vivaldi en el que el ritornello-motívico más sencillo, p.e., tríadas descendentes sincopadas presentadas por otras tríadas en anacrusa con un acompañamiento y ornamento, como casi siempre, de libro (bajo continuo, escalas decorativas, imitaciones, ecolalias sonoras perfectamente encajadas en el discurso…), levanta por los aires todo un movimiento ‘allegro’ en sol menor de forma sintética, elegante, luminosa, entusiasta y también… emotiva.
Escúchese aquí, si no, el primer movimiento del concierto RV 156. Dos versiones: la primera a lo ‘convencional’, la segunda a lo ‘original’. (Yo, francamente, me quedo con las dinámicas y la plenitud de sonido de la primera interpretación):





2 comentarios:

  1. Apreciado Sr. Lucas :
    No puedo estar mas que de acuerdo con todo lo manifestado, y muy bien explicado en este post.
    Y me gusta mucho ademas, porque siempre es grato que alguien se haga eco y nos recuerde a los amantes del bello arte , el buen hacer del cura rojo que a pesar de todo lo que se pueda decir y de haberlo escuchado reiteradamente hasta el hartazgo;siempre encontramos esa frescura mediterránea que nos aporta su música y que nos hace disfrutar hasta saciarnos sin perder la atención en estudios y análisis de sus formas.
    Por algo sera que siempre volvemos a Vivaldi; como si fuera el origen de todo.
    No me queda mas que añadir que felicitarle por las versiones escogidas. Ambas muy buenas.La primera muy elegante y melosa .La segunda quizás un poco mas abrupta y pasional, reflejo del carácter latino del Mediterráneo del cual Vivaldi no podía sustraerse, supongo.Pero en ambos casos,muy buenas interpretaciones.
    ¡¡ Viva, viva,Vivaldi!!

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  2. Estoy de acuerdo con Josgu, ¡que viva Vivaldi! Que vivan sus conciertos para fagot, oboe y trompeta (caída del caballo de un tal JB), que vivan sus conciertos para mandolina, el concierto para flautín, y sus violines ¡y la alegría!
    No por ser un lugar común manido y utilizado hasta la saciedad deja de ser bueno, sí que es verdad que puede llegar a cansar pero puede llegar a ser fantabuloso.
    Esto lo dice una profana, claro, vosotros sois los músicos.

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