Entre estos dos espléndidos traseros median algo más de dos
mil años.
El primero pertenece a la llamada Venus Kallipygos o
‘Calipigia’ (en griego, 'del bello culo'), en copia romana de un original
helenístico (tal vez del s. II a.C., cuya mejor copia -con partes de diferentes
épocas- está en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles).
El segundo es un estudio anatómico de nuestro estimado
Vallotton (mediados de la década de los ochenta del s. XIX).
Los dos son unos de los traseros más descarados y célebres
de sus épocas. Casi sin parangón por ser el puro culo el tema y el motivo de las obras.
Bueno, en el caso de la escultura de la Venus hay un
aparente tema: la bella diosa se levanta el peplo para observar, reflejada en
las aguas, la belleza de su parte trasera, justo antes del baño. Pero el centro
es la perfección del trasero femenino (cosa rara en el mundo antiguo); el resto
de la academicista escultura no es especialmente admirable. Sí que el coqueto
gesto de la figura otorga el picante necesario que pide una imaginación
desarrollada.
La belleza de esa anatomía manda en el sentido de
realidad de los griegos y romanos helenizados, que si bien sabían que la realidad era espantosa,
también sentían la belleza como una expresión vital redentora.
Vallotton, a la vez artista frío y voluptuoso, no nos ofrece
belleza, sino verdad prosaica y minuciosa (belleza a su manera). Es hijo de su época. El saber de un
experto. Su belleza es una caída, una pérdida. La pérdida de los culos
venusianos y el surgimiento de los culos verdaderos inscritos en el tiempo. Turgencia, gravedad. A
Vallotton no sólo le interesa la belleza aquí (no podemos negarla, a pesar de
todo), sino lo que hace el tiempo con la belleza. Es como una herida. Su
retrato.
Ya sabemos lo que dijo el poeta: la belleza es la antesala
de lo terrible.
La eterna belleza trasera de la Venus Calipigia tiene su
Dorian Gray en el estudio de Vallotton.
Y nos llegan a las mientes el recuerdo de versos
baudelairianos. Inevitable. Uno va al libro a buscar y pronto los encuentra… Sí,
Baudelaire, que poseía un hiriente sentido de la belleza, escribía:
“Amo el recuerdo antiguo de desnudas edades
y el sol dorando el mármol de serenas deidades
cuando mujer y hombre de fuerza y gracia plenos…”
¿recuerdan?
“(…) Cuando hoy el poeta pretende recordar
la prístina belleza nativa, al contemplar
la desnudez sagrada del hombre y la mujer
siente un frío de muerte por sus venas correr
ante el horrible cuadro torpe y ensombrecido
de esas monstruosidades que reclaman vestido”
Según Baudelaire seríamos una belleza degradada. Porque ya no cantamos la
belleza. Está perdida.
Y se dirá… ‘¿Y las garotas de Copacabana, las del post anterior, no son reales?’ Claro
que lo son… pero son de pago.
Jaja, me pongo a escribir y me encuentro con esto. ¡Vete por ahí, hombre! ;)
ResponderEliminarPerdón, las garotas de Copacabana serán de pago o no pero no son belleza, hombre, por favor...
ResponderEliminarVes... Ese sentimiento de belleza perdida. Bueno, ¿algo conservarán, no?
ResponderEliminarQue yo estaba fijándome en las barcazas.
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