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viernes, 2 de agosto de 2013

Macrofiesta y liturgia. Copacabana.


Observando las reuniones playeras del reciente viaje papal a Brasil, con sus cientos y cientos de miles de personas (se llegó a hablar de tres millones de almas reunidas… bueno, lo cierto es que la inmensa playa de Copacabana estaba repleta), se diría que las fotos veraniegas del post precedente (“Contra el Verano”) se quedan en nada.

En efecto, en esas fotos no hay, como mucho, más que unas pocas decenas de miles de personas.
Entonces, ¿indica ello que las reuniones de jóvenes católicos son un infierno de masificación, un fenómeno ominoso a evitar?...


Vamos a ver.
Las vacaciones infernales se repiten año tras año en los mismos lugares y duran días y días, semanas… ¡meses! En cambio, los encuentros de jóvenes, digamos, papistas no son necesariamente anuales, y son itinerantes y muy breves.
La inercia de las odiosas vacaciones infernales familiares es muy difícil de romper, por no decir imposible; pero si diesen una milagrosa opción de fuga a las víctimas de ese remedo de exterminio las playas quedarían semivacías. Por el contrario, el movimiento de los muchachos vaticanistas es voluntario; requiere empeño, iniciativa y algo de dinero; su masificación es móvil y, en cualquier caso, promete novedad en cuanto a viajes, rutinas y conocimiento de países y gente.
(No comparemos ya el grado de civilidad -demostrado una y otra vez- de esos jóvenes con, en general, el de los desesperados grupos vacacionales de exterminio.)

Por tanto, la respuesta a la pregunta es ‘no’, no es lo mismo.

Sin embargo, hay otras cosas igualmente inquietantes que podrían cifrarse en una pregunta: ¿No tiene la Iglesia católica más remedio que acercarse a las formas festivalero-televisivas de las iglesias evangelistas para mantener la clientela?
Parece que la respuesta también es ‘no’, la Iglesia no tiene más remedio.
Esos escenarios, esos decorados, esos grupos musicales, esos coros, esas cancioncillas, esa ‘simpática’ desinhibición sandunguera… esos neocatecumenales rascando guitarras bajo la silenciosa y quizás un tanto abochornada mirada de los obispos presentes (¿obligados?).
Hemos oído y leído muchas veces que eso fue lo positivo del concilo Vaticano II, y que es “lo popular”, y a eso tiene que acercarse la Iglesia; que eso es ponerse al día (una de las razones por las que Benedicto XVI dejó el cargo: él ya no podía pasar por ese aro de fuego.)
Pero… ¿puede pretender la Iglesia con todo eso seguir siendo (aparte de una institución humana) el cuerpo místico de Cristo, tal como ella misma se define?

Bien, a nadie se le escapa, está claro, que estos encuentros son reuniones festivas que poco tienen que ver con la verdadera y honda liturgia, ya que, como dejó escrito el anterior papa, el culto verdadero pretende dar una medida anticipada, aun parcial, de una vida más perfecta y plena (de ahí, dicho sea de paso, que no haya ninguna sociedad que no sea cultual), y esto que hemos visto… ejem. Aunque… ¿no estará esto que hemos visto sustituyendo  ya demasiado la verdadera y honda liturgia?

Pobre Iglesia si su culto se fuera reduciendo a estas tipologías cursis de superfiesta tropical. Esa ‘embriaguez’ musical de guateque adolescente con padres de Río de Janeiro no parece igual que la ebriedad elevada y rigurosa que “permanece en la disciplina del logos” de la cual habla Ratzinger en su libro El espíritu de la liturgia, refiriéndose a la música sacra.
Suponemos que la Iglesia sabe esto perfectamente y deja hacer de vez en cuando, aquí y allá. Para ella es una necesaria demostración de fuerza. De número. Y más en un continente en el que las iglesias reformadas avanzan con fuerza. Lo que no está tan claro es que no se le haya ido el evento un poco de las manos.

Sea lo que fuere, que no confundan los entusiastas muchachos la imagen propagandística y la música de consumo con creaciones que entroncan con lo verdaderamente popular.
Que no piensen que esto (La fiesta musical en Copacabana):
                                  

 …es lo mismo que, por ejemplo, esto (un Kyrie Eleison de un manuscrito franciscano del s. XVIII cantado al estilo polifónico-oral [improvisado] popular [de verdad] corso):
                                  

[Adenda para humanistas: 
Ya que esas macromanifestaciones católico-juveniles parecen inevitables (de lo cual me alegro, a pesar de todo), ¡hombreee!, que no sean cicateros y dejen también espacio visual para figuras aparentemente ajenas al evento, pero idiosincráticas del lugar, que en el caso de Copacabana hubieran sido, inconfundiblemente, éstas:]
                           

9 comentarios:

  1. Menuda perorata excusatoria (¡exculpatoria!) te has marcado para colocar la última foto, gañán.. El verano ya se ve diferente, eh?

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  2. Perdón, he errado con el circunflejo.

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  3. Pero... ¿Tanto se ha notado?

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  4. Es absolutamente hipnótico. Dos barcas fantasma navegando a la deriva sin nadie que las timonee. No puedo dejar de mirarlas.

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  5. Las garotas trigueñas arrasan, vale. Pero... ¿es que nadie se va a fijar en la gracia de la polifonía corsa? ¿Va a ser esto como las fotos de Vegaviana y los chaletones?
    Ah... Nalgas supremas do Brasil.
    Va a haber que hacer un post sobre el asunto.

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  6. ajedrecista místico3 de agosto de 2013, 13:29

    http://www.youtube.com/watch?v=4jI7Qc398to

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  7. La cuestión es que no tengo altavoces en el ordenador de casa. Así estamos.

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  8. Vamos a ver: yo me quedo con la polifonía corsa y con el canto litúrgico armenio, a mí que se dejen de Copacabana, masificaciones y garotas en tanga, ¡buf!

    Ah, y, ejem, todos los ordenadores tienen altavoces, ¿no? ¿Qué ordenador tienes? ¿Un Amstrad?

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  9. No, ya lo dije, un JULAY 9000

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