Observando las reuniones playeras del reciente viaje papal a
Brasil, con sus cientos y cientos de miles de personas (se llegó a hablar de
tres millones de almas reunidas… bueno, lo cierto es que la inmensa playa de
Copacabana estaba repleta), se diría que las fotos veraniegas del post
precedente (“Contra el Verano”) se quedan en nada.
En efecto, en esas fotos no hay, como mucho, más que unas pocas decenas de miles de personas.
Entonces, ¿indica ello que las reuniones de jóvenes
católicos son un infierno de masificación, un fenómeno ominoso a evitar?...
Vamos a ver.
Las vacaciones infernales se repiten año tras año en los
mismos lugares y duran días y días, semanas… ¡meses! En cambio, los encuentros
de jóvenes, digamos, papistas no son necesariamente anuales, y son itinerantes
y muy breves.
La inercia de las odiosas vacaciones infernales familiares
es muy difícil de romper, por no decir imposible; pero si diesen una milagrosa
opción de fuga a las víctimas de ese remedo de exterminio las playas quedarían
semivacías. Por el contrario, el movimiento de los muchachos vaticanistas es
voluntario; requiere empeño, iniciativa y algo de dinero; su masificación es
móvil y, en cualquier caso, promete novedad en cuanto a viajes, rutinas y
conocimiento de países y gente.
(No comparemos ya el grado de civilidad -demostrado una y
otra vez- de esos jóvenes con, en general, el de los desesperados grupos
vacacionales de exterminio.)
Por tanto, la respuesta a la pregunta es ‘no’, no es lo
mismo.
Sin embargo, hay otras cosas igualmente inquietantes que
podrían cifrarse en una pregunta: ¿No tiene la Iglesia católica más remedio que
acercarse a las formas festivalero-televisivas de las iglesias evangelistas
para mantener la clientela?
Parece que la respuesta también es ‘no’, la Iglesia no tiene
más remedio.
Esos escenarios, esos decorados, esos grupos musicales, esos
coros, esas cancioncillas, esa ‘simpática’ desinhibición sandunguera… esos
neocatecumenales rascando guitarras bajo la silenciosa y quizás un tanto
abochornada mirada de los obispos presentes (¿obligados?).
Hemos oído y leído muchas veces que eso fue lo positivo del
concilo Vaticano II, y que es “lo popular”, y a eso tiene que acercarse la
Iglesia; que eso es ponerse al día (una de las razones por las que Benedicto
XVI dejó el cargo: él ya no podía pasar por ese aro de fuego.)
Pero… ¿puede pretender la Iglesia con todo eso seguir siendo
(aparte de una institución humana) el cuerpo místico de Cristo, tal como ella
misma se define?
Bien, a nadie se le escapa, está claro, que estos encuentros
son reuniones festivas que poco tienen que ver con la verdadera y honda
liturgia, ya que, como dejó escrito el anterior papa, el culto verdadero pretende dar una medida anticipada, aun parcial, de una vida más perfecta y
plena (de ahí, dicho sea de paso, que no haya ninguna sociedad que no sea
cultual), y esto que hemos visto… ejem. Aunque… ¿no estará esto que hemos visto
sustituyendo ya demasiado la verdadera y honda liturgia?
Pobre Iglesia si su culto se fuera reduciendo a estas
tipologías cursis de superfiesta tropical. Esa ‘embriaguez’ musical de guateque
adolescente con padres de Río de Janeiro no parece igual que la
ebriedad elevada y rigurosa que “permanece en la disciplina del logos” de la
cual habla Ratzinger en su libro El espíritu de la liturgia, refiriéndose a la
música sacra.
Suponemos que la Iglesia sabe esto perfectamente y deja
hacer de vez en cuando, aquí y allá. Para ella es una necesaria demostración de
fuerza. De número. Y más en un continente en el que las iglesias reformadas
avanzan con fuerza. Lo que no está tan claro es que no se le haya ido el evento un
poco de las manos.
Sea lo que fuere, que no confundan los entusiastas muchachos
la imagen propagandística y la música de consumo con creaciones que entroncan
con lo verdaderamente popular.
Que no piensen que esto (La fiesta musical en Copacabana):
…es lo mismo que, por ejemplo, esto (un Kyrie Eleison de un
manuscrito franciscano del s. XVIII cantado al estilo polifónico-oral [improvisado] popular [de verdad] corso):
[Adenda para humanistas:
Ya que esas
macromanifestaciones católico-juveniles parecen inevitables (de lo cual me
alegro, a pesar de todo), ¡hombreee!, que no sean cicateros y dejen también
espacio visual para figuras aparentemente ajenas al evento, pero
idiosincráticas del lugar, que en el caso de Copacabana hubieran sido,
inconfundiblemente, éstas:]
Menuda perorata excusatoria (¡exculpatoria!) te has marcado para colocar la última foto, gañán.. El verano ya se ve diferente, eh?
ResponderEliminarPerdón, he errado con el circunflejo.
ResponderEliminarPero... ¿Tanto se ha notado?
ResponderEliminarEs absolutamente hipnótico. Dos barcas fantasma navegando a la deriva sin nadie que las timonee. No puedo dejar de mirarlas.
ResponderEliminarLas garotas trigueñas arrasan, vale. Pero... ¿es que nadie se va a fijar en la gracia de la polifonía corsa? ¿Va a ser esto como las fotos de Vegaviana y los chaletones?
ResponderEliminarAh... Nalgas supremas do Brasil.
Va a haber que hacer un post sobre el asunto.
http://www.youtube.com/watch?v=4jI7Qc398to
ResponderEliminarLa cuestión es que no tengo altavoces en el ordenador de casa. Así estamos.
ResponderEliminarVamos a ver: yo me quedo con la polifonía corsa y con el canto litúrgico armenio, a mí que se dejen de Copacabana, masificaciones y garotas en tanga, ¡buf!
ResponderEliminarAh, y, ejem, todos los ordenadores tienen altavoces, ¿no? ¿Qué ordenador tienes? ¿Un Amstrad?
No, ya lo dije, un JULAY 9000
ResponderEliminar