Uno de los placeres más grandes de dejarse perder, no como
turista ‘enterao’, sino como caminante libre, por los andurriales de montaña de
nuestro país es toparse con obras tan deslumbrantes como el retablo pictórico
de la ermita oscense de San Vicente de Labuerda.
San Vicente es un sobrio edificio románico al que se accede primero a
través de un conjuradero (o ‘esconjuradero’, como dicen algunos en Aragón) y luego por
un humilde y delicado cementerio.
Cuando el guardés del lugar te enciende las luces aparece el
retablo al fondo, en el ábside, tal que un milagro celeste. Estallido de colores
puros y brillos de pan de oro en figuras de un gótico afilado, franco, de
líneas clarísimas y composiciones sólidas, pero también con veleidades
figurativas y fantasías propias del Norte. Se atribuye a la escuela de Juan de
la Abadía el Viejo. Gótico hispano-flamenco aragonés.
La pieza se escondió en un granero durante siglos. Al
parecer, el trabajo de restauración fue fácil; una mano de limpieza y poco más. Así es la calidad.
En ningún lugar puede resultar tan digno el lujo artístico
como en una sencilla y montaraz iglesia románica.
Gracias Ana por convencer siempre al San Pedro local para que nos abra la puerta.
Hombre, hombre, hombre, te has estado documentando. Veo que el tal Abadía tiene obra también en el Prado. Sí, sí, espléndido, precioso.
ResponderEliminarDocumentando lo mínimo. Lo que establece el decoro. Eso es lo de menos.
ResponderEliminarPor cierto, que voy a prolongar algo el blog..
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