El otro día estuve otra vez en un célebre museo de pintura
abstracta.
Ya hace tiempo que uno no siente perplejidad ante ese tipo
de cuadros. Pero lo que no deja de crecer es el tedio. Un profundo aburrimiento
le invade al visitante casi desde la primera tela a pesar de la buena voluntad.
Es casi el mismo aburrimiento que sintió cuando la primera vez, pero ya sin
disimulo. Ni el argumento decorativo sirve. Bellos colores, sí.
El problema de la mayoría de los pintores abstractos no es
su pretensión plástica o sus supuestas excrecencias conceptuales, casi siempre
intransmitibles por ser su arte -por mucho que hablen de objetividad desnuda-
pura logorrea muda, sino que se trata, más bien, de una oceánica falta de
imaginación.
Una reverberación lumínica, una sutileza cromática… ¡Bah!
Lo que aquí ocurre es una enigmática (y sistemática) dedicación a obviar la
realidad al tiempo que se pide contemplación (acto que se frustra en la triste
anécdota de una materia, de un color, como mucho de esa reverberación, de esa
sutileza de la que hablábamos…). Y detrás de todo ello palpita una pretensión
de conjurar lo real a base de irrealidad, lo cual supone, por otra parte, la
dramática contradicción de la pintura abstracta.
Lo que pretende ser una presencia no es más que un rodeo perdido, lo
que quiere comunicar acaso espiritualidad no dice más que huida de las formas,
el peor de los pecados para un artista verdaderamente espiritual. Recordemos la pertinaz evidencia figurativa de los clásicos y antiguos.
El misterio de ese contradeseo y carácter de renuncia habita
en la naturaleza del hombre y es enemigo de la pujanza saludable del mundo.
Sin embargo, también forma parte del arte.
Es posible que a todos nos aceche. Incluso que nos llegue a poseer algún día. Y que a todos nos
devore.
(Joder!, no puedo dejar de mirar ese Rothko.)
No sé. No entiendo de arte. De conceptualismo. ¡No tengo el espíritu (la conciencia) domado hasta tal punto! Pero me pasa algo parecido con la abstracción. A ratos me aburre; a ratos digo que "es bonito" (¡como un matrimonio burgués ante una escena de caza, bosque y cielo, o una acuarelita de tema marinero; qué paradoja, amigo pintor abstracto!). Y luego, hay algunos (¡sí, este Rothko!) que me atraen; que de alguna manera siento que "son buenos". No sé por qué; bueno, sí que tengo una teoría por ahí de por qué, aunque poco trabajada... igual ya me pongo a reflexionar y eso y lo escribo algún día. Pero... tiene que ver con que "esos cuadros" SON figurativos.
ResponderEliminarEn fin.
Adelante, adelante con ello.
ResponderEliminarPues a mí no me dice nada el arte abstracto, me aburre que no veas.
ResponderEliminarCuenta el neurólogo Oliver Sacks, en "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", que un paciente suyo era incapaz de reconocer la realidad, las cosas concretas, vivía en un mundo de abstracción y no distinguía el zapato del pie ni a su mujer de un sombrero.
ResponderEliminarEn una visita que le hizo a su casa, descubrió que había sido pintor, y que tenía todos sus cuadros colgados, por orden cronológico, en la pared. Los primeros cuadros eran naturalistas y realistas, con detalles vívidos y concretos; poco a poco, se iban haciendo más abstractos y hasta geométricos y cubistas, hasta que, al final, los últimos eran absurdos, o eso lo parecían a Sacks. La mujer del paciente le explicó que su marido había evolucionado hacia el arte abstracto, que había renunciado al realismo a cambio del arte no representativo. Sin embargo, la reflexión del neurólogo fue que esa evolución no era artística, sino patológica, que "evolucionaba hacia una profunda agnosia visual, en la que iba desapareciendo toda capacidad de representación e imaginación, todo sentido de lo concreto, todo sentido de la realidad. Aquella serie de cuadros era una exposición trágica, que no pertenecía al arte sino a la patología."
Pues eso.
Sí, aportación demoledora, Bea. Muy ilustrativo.
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