Estaba yo leyendo poemas de
José María Valverde cuando me detuvieron estos versos:
“(…) ¡Señor, Señor, la
muerte!
Se me cuaja la boca al
pronunciarla,
Se me amarga la lengua, se me
nublan los ojos…
Nadie la puede ver de frente,
por fortuna,
Cuando llega a buscarnos.
Es lo mismo que el sueño.
La muerte es superior a
nuestras fuerzas. (…)”
Me detuve en ellos por lo que
tienen de verdad y porque me recordaron automáticamente la verdad del arte del
toreo en cuanto intento de revocación de lo que estos versos dicen.
Lo inconmensurable del toreo
es, precisamente, demostrar que el carácter del hombre supera la potencia
ominosa de la muerte.
Al torero también se le cuaja
la boca, se le amarga la lengua y se le nublan los ojos cuando aparece el toro
en el ruedo. Sin embargo, de lo que se trata es de que mire a la bestia, o sea,
a la muerte, de frente.
El desarrollo del ritual que
tiene lugar entonces en la arena es la representación formalizada del principio
de crueldad. En él, la angustia de la verdad más cruda o el saber sobre la vida
se transforma en alegría intensa.
No cabe imaginar una
celebración que muestre tan evidentemente la naturaleza de la realidad. No
conozco otra fiesta en el mundo en el que la verdad sea su tema. De ahí que sea
escandalosa e insoportable para muchos, seguramente mayoría.
Ese reconocimiento de lo
cruel, sin componendas ni pactos ni aplazamientos, esa alegría trágica es, desde luego, única en España.
Cioran escribió que existir
equivalía a una protesta contra la verdad. El caso de la fiesta taurina sería
una celebración particular de la verdad. Por eso siempre será un error un tanto
ridículo prohibirla.
Ah, pero no el toro no era una representación simbólica de la vida (de los "embates" de la vida, que hay que saber solventar con prestancia y coraje y blablabla)? Eso leí por ahí, creo, no sé. Buf, me pierdo.
ResponderEliminarPonle un pie de foto, hombre, antiguo piedefotista..
Pues eso, al cabo, de la muerte. Sólo la alegría (sin sentido) puede superar nuestra condición.
ResponderEliminarBah, esta foto no necesita pie.
Otro día… ¡los pasodobles taurinos!