En 1856 Johannes Brahms escribía
a su amigo y colega Joachim: “Cuando pienso sobre la forma musical de la
variación creo que se debería aportar más rigor, más pureza…” Y esto lo dijo en
el conocimiento, naturalmente, de monumentos de la variación como las Goldberg de Bach o las Diabelli de Beethoven, composiciones que
permanecían como hitos insuperables del pasado.
Pues bien, a los veintiocho
años de edad, la criatura se pone a trabajar y en unas cuantas semanas acaba lo
que será la obra más hermosa de las variaciones pianísticas del s. XIX, XX y,
de momento, XXI; y quiero decir con ello que no ha sido igualada hasta hoy: las
Variaciones para piano sobre un tema de
Haendel.
Se trata de 25 variaciones y
una fuga a partir del Aria de la Suite nº 1 para clave (de la 2ª colección de
suites) de Haendel.
La vehemencia imaginativa de
Brahms decide una obra urgente e impactante por la excepcional brevedad de unas
variaciones cuyo mágico resultado conjunto es un conocimiento de la tradición
tan erudito como libérrimo.
El compositor conserva paso a
paso los rasgos del tema, muy sencillo, pero con el despliegue, en un espacio
mínimo, de un sinfín de recursos musicales: ornamentos, contrastes dinámicos,
cascadas de acordes, efectos orquestales, intimismo, lirismo melódico,
figuraciones sorpresa, células rítmicas vinculadas de una a otra variación… el
no va más de la imaginación pianística sin perder nunca el recio carácter de la
melodía original.
La condensación de efectos
-porque, sí, es una obra efectista- y la riqueza sonora es tan grande que uno
tiene la impresión de estar oyendo una pieza de inmensas dimensiones cuando en
realidad no se trata más que de miniaturas saturadas de material sonoro perfectamente
diseñadas y evocadoras unas de otras. No obstante su independencia, la relación
que forman es la de un puzle que permitiría posibilidades combinatorias
diferentes a la establecida, aunque hay que tener en cuenta que existen, entre las
25 variaciones, unas que son centros reguladores que sirven para ‘modular’
expresivamente la convulsión proteica y dar sentido orientativo al proceso
musical.
Se diría que Brahms quería
otorgar a tan precipitadas variaciones una categoría conceptual parecida a la
de la sonata clásica y romántica. Y así
es, estas variaciones consiguen una apariencia de discurso en el que hay
exposición y ampliación, tensiones y respuestas, desarrollos y soluciones a
declaraciones previas, suspensiones emocionales y reflexiones más estrictamente
formales que se presentan con la transparencia e inevitabilidad -casi diría
‘fatalidad’- del acontecimiento inesperado. Y esta sucesión de sentimientos
complejos, esta narrativa brahmsiana hecha de efusiones deslumbrantes que nos
van empujando y llevando el ánimo en volandas son el ciclo comprimido de una
razón que se deja dominar por todos los aspectos de la pasión para volver,
transformada y poderosa, enriquecida y voluptuosa, a sí misma (esto es, del
preciso diseño haendeliano a la épica fuga final).
Desde la variación I, iniciadora
de un vibrante galope de duelos rítmicos, hasta la fuga pasamos por arabescos,
apoyaturas y pulsiones sincopadas: especialmente las tres primeras variaciones;
luego, la tensión de la IV, que sirve de ‘cierre’ de una primera serie de paso
a dos variaciones en las que se va a la tonalidad menor de la tónica (si bemol
mayor) y en cuya V variación Brahms empieza a desplegar su capacidad para las
voces medias con la ensoñación de su misterio polifónico; la VI es una
consecuencia en tersas octavas de la anterior y su serenidad crepuscular modula
sutilmente para volver a la tónica original en la siguiente variación, la cual
retoma de nuevo una expresión rítmica extrovertida de carácter marcial que se proyecta
también en la posterior entrega súbitamente sorprendida por la solemnidad, otra
vez, en octavas de la IX, inquietante movimiento cromático que se va, volátil y
sutil, al cielo de una tesitura sobreaguda para verse sorprendido por el golpeo
seco de apoyaturas y stacatos en
estructura de tresillos de la X, una variación virtuosa, expeditiva, violenta…
un esquicio genial que podría poner punto final a la serie, pero que se hunde
en el olvido de su insolencia, inflexión necesaria, acaso, antes de la apertura
de la XI, momento de vuelta a la memoria en forma lírica del tema y su
cuadratura rítmica, y la XII, seguidora, en forma más graciosamente barroca, de
la anterior, carácter interesante precisamente porque crea un puente hacia las dos
variaciones siguientes, XIII y XIV, en las que Brahms hace gala de ese gusto zíngaro
canalla expresado, sin embargo, en el tono menor otra vez (la XIII) y con
progresión de sextas y grupetos irregulares que retornan y cargan, vía exótica
y con ecos de zarabanda, la oscura densidad dramática que apenas se había
apuntado anteriormente, rota sorpresivamente por la XIV, que devuelve la
tonalidad original y da pie en su brillantez a las siguientes aperturas, muy
románticas y con dinámicas rítmicas y melódicas que rememoran exquisitamente
gracias scarlatianas y couperinianas (de la XVII a la XIX, ¡la cual es una pura
siciliana!); y llega la XX, de densidad armónica y especulación cromática casi
incomprensible, una bisagra que sólo es ‘superada’ por la personalidad de la
variación XXI, a mi juicio la más bella de todas, en la que dentro de la caída
-única en la serie- a la relativa menor (un hermoso sol menor) se nos conduce a
un preciosismo lírico no exento de dramática lucidez (esos desmayos
penitenciales de terceras y cuartas) y a la apertura de un campo que pasa antes
(variación XXII) por otra gracia arcaica, en este caso de cajita de música dieciochesca,
pequeño respiro previo a la serie que inicia la XXIII, variación que se liga
orgánicamente y con una propulsión uniformemente acelerada en un todo con la
XXIV y la XXV, prueba de fuerza típicamente brahmsiana cuya musculosa urgencia
expresiva en perfecta progresión dinámica no puede ir más allá si no es en una
forma musical de estricto control como la que cierra la obra: la fuga.
Otro día hablaremos de esta
fuga.
(No he encontrado la que para
mí es la interpretación que entiende de manera suprema esta obra, la de Anatol
Ugorsky; pero dejo otra sobresaliente, la de Murray Perahia:)
Estoy acabando de leerlo, ya falta poco..
ResponderEliminarJa, ja, ja…! Vale, la verdad es que es un ladrillo considerable, pero me apetecía hacerlo. Lleno un vacío en el mundo de los blogs individuales. Bueno, no sé...
ResponderEliminarY por cierto, no me acostumbro aún a que no estés bajo el agostadero. En algún momento tiene que apetecerte volver.
Pero, pero, pero, tío, formato - párrafo - espaciado - 10 pto...
ResponderEliminarEstaba pensando en abrir un blog para escribir sesudos comentarios de cosas de las que no tenga ni zarrapastrosa idea, como los quantos, el Majabaratha o los injertos en ciruelos, a ver si cuela.