El ruido, el espantoso ruido, la bestia
que hiere el oído, la inteligencia y el alma hasta paralizarla. El ruido de
todos, el ruido omnímodo… El ruido de los pijos en las terrazas soleadas, de
los pobres en los baretos umbríos, de las motos en las aceras, de los coches en
la cazada, de las teles en las casas… el ruido (sin previo aviso) de las obras
en todas partes; el ruido de la clase trabajadora, ay!! La clase obrera no va
al paraíso; la clase obrera también va de cabeza al infierno, como su
correspondiente clase rica, por vivir de hacer ruido sobre ruido; por picar,
golpear, machacar a base de ruido lo que sea mientras escucha (oye, en realidad)
una radio abyecta que sólo produce ruido.
Es el ruido de los ricos
Es el ruido de los pobres
El ruido de los currantes
Es el ruido que destroza el paraíso a las
puertas
Nuestro paraíso
La vida delicada
Hecha de silencios y de sonidos bellos
¿Quién os manda hacer esas obras enormes
y totalitarias?...
Que el diablo se os lleve a todos los que
hacéis ruido intenso y continuado… Por gusto, por inconsciencia o por trabajo.
Que os jodan vivos, cabrones.
No voy a reproducir la famosa frase de
Shopenhauer sobre la imbecilidad y el ruido; es de sobra conocida. Pero no la
olvidemos. Es una guerra; es una guerra abierta y permanente. Es el fondo de la
educación. Es la base de la educación.
Ya lo ven. El ruido enloquece.