Es casi un lugar
común, pero seguramente demasiado olvidado, que el ‘saber’ y la filosofía -como
observación y reflexión de todos los saberes- se mueve en un principio de
incertidumbre imposible de remontar.
Olvidar esto
puede llevar a la paradoja del exceso de actividad intelectual como idiotez.
Rosset nos
recuerda el ejemplo ficticio de Bouvard y Pécuchet, los personajes de Flaubert,
como paradigmas de obsesión por el conocimiento convertidos en símbolos de la
imbecilidad. Serían parecidos y precedentes de los opinadores (conjeturadores)
de hoy día. Esos que se ven con derecho a hablar de todo y a ‘decir’ cualquier
cosa porque todo lo han tocado y todo les interesa… en un nivel de baja
intensidad de usar y tirar.
“ El interés
manifestado por las cosas de la inteligencia, como se dice en La bella Elena de Offenbach, es más a
menudo indicio de una mente mediocre que de una mente sagaz.”
“Señalaré
también que el absurdo inherente a esa voluntad de inteligencia consiste ante
todo en conceder más valor a la representación de las cosas que a experimentar
esas mismas cosas.”
Frase esta
fundamental para discernir lo que es el saber (o sea, el ‘sabor’) de las cosas
de la noticia de las cosas.
Y sí, con la
edad uno comprende que sabe las cosas (algunas pocas cosas, muy pocas) porque tiene lugar un
proceso sintiente o, por el contrario, que conoce las cosas, pobre y
simplemente (prácticamente a nivel nominal).
¿Quién, que no
sea un talento severo, claro y manifiesto, ha podido escapar a este género
monumental de idiotez? …
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