Viejo pescador (1902).
Csontváry se acerca con este retrato al ideal antiguo de
hombre (algo así como el guerrero homérico).
Que transcurrido el tiempo el
cuerpo visible sea un escudo, maltratado y herido por todas partes, pero
todavía resistente -esa piel convertida en corteza de árbol centenario-, y el
alma se conserve vivaz -con esos ojos atravesados por la luz-.
Un viejo infinitamente cansado. Pero que
no se rinde. Todavía alerta. Un viejo hermoso.
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