Haydn sugiere una lucha íntima en esta
sonata como pocas veces lo hace en su extensísima producción. Un drama que
alcanza un equilibrio sobrecogedor en la contención de lo patético. El segundo
movimiento que aquí traemos expone con soberana elegancia el contraste entre
dolor y gracia. La parte central de este adagio tripartito se va a la dominante
(un angustioso si b) y despliega un diálogo de una eficacia tan transparente
(¡qué belleza!) que las partes extremas del movimiento parecen casi brumas
sonoras, pero son en realidad de una imaginación tan controlada y concentrada que no se puede creer. Beethoven se alimentó de esto y de aquí partió hacia sus
esforzadas gravedades.
No he oído interpretación mejor que la de Brendel.
La impregnación y comprensión del espíritu de esta música se muestra insuperable.
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