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martes, 6 de febrero de 2018

Beethoven. Dos perlas del "Rey Esteban".

A finales de la primera década del s. XIX la administración húngara, fiel y aguerrida súbdita de la monarquía austríaca, encargó a Beethoven un par de obras conmemorativas para la inauguración del entonces gran teatro de Budapest, regalado por la corona. Una de ellas fue la muy poco conocida aún hoy música dramática Rey Esteban (el primer rey húngaro), op. 117.
La facilidad creativa de sesgo marcial del genio sordo se puso en marcha, pim-pam-pum. ¡Pero!... ay amigos, pero en la breve y en principio convencional obra escondió Beethoven dos momentos absolutamente maravillosos dignos de su superioridad creativa.
El primero, quizás el más conocido para los muy melómanos, el primer coro femenino con orquesta de los doce números totales de la obra. Lirismo que atempera ese músculo marcial beethoveniano propio de toda su obra orquestal. Melodía jovial y danzante típica de los momentos más luminosos y alegres del genio de Bonn (y tampoco eran tantos); amor entre una suite de salón y el paso soldadesco un punto zarzuelero:



El segundo, uyyyy, la segunda perla es una marcha solemne a la manera de un equale muy breve, pero que nos pone en contacto con los momentos sublimes de su mundo tipo adagio del cuarteto op, 133. O sea, el mejor Beethoven. Solemnidad fúnebre clásica con una polifonía orquestal que mira el mundo sacro del renacimiento. Qué severa maravilla de apenas tres minutos:

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