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viernes, 26 de julio de 2019

Imperiofilia versus Imperiofobia


Una de las cosas que más sorprende en la reacción y réplica de un profesor tan reputado (y educado) como Villacañas al libro de Roca Barea es la vehemencia por momentos de mal tono y casi grosera (llega a tildar a Barea de oscurantista, demagoga, maquiavélica… ¡xenófoba!(?), etc.; o sea, todas las aparentes exageraciones que dedica la historiadora a los antiguos propagandistas hispanófobos le son devueltas, así, ad hominem). Villacañas reacciona como si le hubieran ofendido, como si le hubieran tocado ‘algo suyo’. 
El de Roca Barea no es un libro aislado en la visión digamos defensiva  o restauradora del imperio Español nacido y desarrollado en los ss. XV-XVI y de denuncia de una supuesta tradición negrolegendaria fomentada fuera y dentro de nuestras fronteras desde esos siglos hasta hoy (idea, la de hoy, descartada por tan antiguos estudiosos del tema como García Cárcel o Joseph Pérez). Ha habido, decíamos, otros trabajos anteriores y otros posteriores, extranjeros y nacionales. Pero el ataque de Villacañas ha sido exclusivamente sobre el libro Imperiofobia de Roca Barea. 
La explicación no sólo puede ser por su reivindicación ideológica de algunos imperios y particularmente del español, sino otra: el éxito de ventas. Un éxito de treinta ediciones y más de 100.000 ejemplares vendidos que además ha removido muchos complejos en una historiografía sobre España bastante decantada o cuando menos indiferente hacia visiones negrolegendarias en las cuales se podría situar, aun parcialmente, al propio Villacañas, el cual, aparte de tener una indisimulada tendencia historiográfica protestante y germana (no hay más que echar un vistazo sobre la obra que comentamos), no ha escondido sus simpatías políticas e incluso partidistas. (Y muy dueño es de hacerlo, sin duda.)
Evidentemente, no se negará que el libro de Barea ha surgido en un momento de aguda crisis política española, causa de encontradas reacciones de grano grueso provenientes de todas partes. Pero no es justo incluir ahí simplemente como fenómeno reactivo, aunque haya sido aprovechado por la corriente, el estudio de la autora malagueña. Más, cuando es un libro de historia con tantas cualidades… y también ciertos ‘defectos’. Defectos que podrían ser algunos de los que señala Imperiofilia en cuanto a la visión de hechos, no tanto sesgada, sino ‘seleccionada’: poner la cara, pero no la cruz; mostrar la luz, pero no su sombra, ver la parte soleada de la montaña y, al fin, “inventar” un fenómeno histórico como es el de la construcción de un imperio real (creo que es aquí donde Villacañas se acelera y yerra en la negación de una idea defendida por Roca Barea; y que no es suya, naturalmente). Pero es que son hechos, y si a hechos sólo se contraponen hechos, como hace Villacañas en su supuesta ‘refutación’, no solucionamos nada. Historia positivista. Y ahí vamos. 
Ahí está seguramente el quiz de la cuestión en esta polémica. 
Quien mejor lo ha expresado por el momento (por lo que yo he leído y oído) es el filósofo de la escuela materialista Luis Carlos Martín Jiménez, el cual puede criticar porque tiene visión y teoría clara del quehacer histórico (del historiador).
En suma, Martín Jiménez hace la crítica del libro, o mejor, de la perspectiva histórica de Barea para criticar la respuesta de Villacañas. Lo que dice es que, efectivamente, Barea presenta una visión básicamente positivista de la Historia. Y lo que le pasa a Villacañas es que hace lo mismo, y más intensamente aún, en una suerte de acto reflejo que puede ser efectista, pero que no es nada efectivo. Según Martín Jiménez, el profesor de la Complutense no es capaz de presentar una teoría de la historia (no hay ni una clasificación ni una definición en Imperiofilia) que pueda, digamos, ‘arañar’ el efecto Barea, la cual, aun siendo muy positivista apunta una filiación -y se diría que una deuda- con las teorías del materialismo filosófico que la ya célebre autora no reconoce explícitamente.
El problema del quehacer positivista histórico es que contrapone informaciones y datos que se quedan, en el mejor de los casos, en una dialéctica de los hechos que no tiene fin, que no tiene progreso ‘científico’. Los datos no existen puros y eso no es historia porque no puede serlo. Los datos deben estar envueltos en conceptos que se relacionan con otros conceptos. Ahí reside más bien la construcción, que no la ‘reconstrucción’, histórica. El historiador no puede re-construir nada porque no puede volver al pasado ni re-crear un pasado virtual. Eso lo hará la ficción de la novela o el cine si quiere. Pero sí puede el historiador -y debe- construir y teorizar según datos basados en relatos (documentos) y reliquias (restos). (Y esto está relacionado con la idea de las actividades alfa-operatorias y beta-operatorias de las ciencias humanas en las que insiste el materialismo filosófico.) Por tanto, Imperiofilia caería abducido por la estela positivista, y también psicologista, de Imperiofobia. En este sentido, observa Martín Jiménez, además, lo de psicologista por el sufijo de los títulos (uno filia-otro fobia) que indican categorías psicológicas evidentes que no deberían inmiscuirse en el resultado final del trabajo del historiador. 
En fin, el libro del profesor ha salido como un impreso en negativo del libro de la profesora, pero sin clara teoría histórica, cosa que sí se puede atisbar en el libro de ella.

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