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domingo, 14 de julio de 2019

Sin contenidos


Cada vez hay menos dudas de que nuestras democracias posmodernas progresistas y progresadas (esto no tiene nada que ver con izquierda o derecha puesto que todo es progresismo; nadie en política reflexiona y valora el pasado) necesitan una educación que promueva el entretenimiento cultural-emocional y no la crítica mediante el conocimiento para extender (aún no sabemos hasta qué nivel cuantitativo) una ignorancia que mantenga este tipo de régimen exhibido en la gestión de un debate estéril perpetuo (la televisión y la libre efusión de ideas del “pueblo” es un paradigma de nuestra actual caverna platónica), incapaz de dar salida ni solución a los problemas reales, dado que una sagrada y por tanto intocable tolerancia sobre todo y todos se encarga de igualar y perpetuar los conflictos, aparentando, de paso, participación y libertad. 
Con una educación vaciada de contenidos nada hay que temer de los educandos que la han recibido. Tendrán toda la libertad de expresión que deseen porque nada problemático, pertinente o incómodo serán capaces de expresar contra el poder ni sobre ningún fenómeno complejo del mundo real. A lo sumo, emitirán quejas acerca de su situación personal en la vida y exigirán atenciones y derechos (o sea, terapia y protección) a los solícitos padres, educadores, médicos y administradores de turno, los cuales los atenderán complacidos en nombre del progresismo, la tolerancia, la solidaridad o cualquier otro mito contemporáneo. 
Quién les iba a decir a los jóvenes rebeldes de antaño, los del final de la Dictadura y de la Transición, por ejemplo, que las democracias iban a vaciar progresivamente de sustancia los sistemas educativos para sustituirlos por una pedagogía cuyo símbolo mágico es el sintagma duplicador “aprender a aprender”, un recuerdo (en esta nueva versión, debilitado) del pragmatismo metodológico norteamericano de acciones prácticas orientadas a la formación empresarial. Aún más, quién les iba a decir a esos jóvenes rebeldes que lo harían ellos. 
¿Para eso pedían más libertad?, ¿para ‘aprender a aprender’… nada, en una algarabía de educación asistencial que algunos ya quieren como obligatoria hasta la mayoría de edad? Olvidaron que la libertad es la peor trampa para el que no sabe. Más caverna platónica. 
Quizás no habían leído aún los diálogos de Platón. Ni de ningún otro. Pero es que ni siquiera era imprescindible leer a nadie. Había que mirar alrededor, y mirar hacia abajo, mirar el suelo, mirar la realidad. Eran inocentes. Entusiastas. Crédulos. Tenían fe; buena o mala, da lo mismo. Tenían ideología. 
¿Qué armas conceptuales poseerán hoy y mañana los jóvenes para entender y acaso luchar contra la nueva caverna web globalizada y las poderosas sombras de sus televisores, teléfonos, ipads, ordenadores, etc, que tan bien manejan?

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