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lunes, 3 de junio de 2013

Mantener la "Cultura"



Algunos de los más celebrados (por populares y promocionados) creadores de este país (y ya no me refiero a los jetas y horteras de la farándula) siguen pensando que la administración del Estado debe apoyar eso que llaman Cultura en todas sus manifestaciones; entiéndase: el teatro, el cine, la música, las artes plásticas…  incluso la escritura (novela, poesía, ensayo). Pero en realidad no se refieren tanto a la promoción y cuidado de buenas escuelas de bellas artes, de teatro, de música, de cine, etc, sino más bien a dar dinero -¡prácticamente a mantener!- a grupos e individuos que se dedican a esos menesteres sin que nadie les haya obligado, como si todo el mundo (pues la administración no hace más que emplear el dinero que demanda a todos los ciudadanos) les debiera algo a esos individuos.
Puede deplorarse, por supuesto, que el Estado no dedique más pasta (de la nuestra, de la de todos) a investigación, educación, desarrollo de ámbitos de estudio específicos, bibliotecas… Molesta, naturalmente, que se impongan impuestos altos a cines, teatros y demás espectáculos similares; jode, por ejemplo, que el esfuerzo económico para poder entrar en una sala de cine se vaya equiparando poco a poco al que se hace para ir a la ópera (a lo caro de la ópera, que también jode, ya estábamos acostumbrados aun los usuarios de gallinero). Todo esto es evidente, claro, pero lo que parece que delata esa afición al intervencionismo de algunos que viven entre musas es el temor a una ciudadanía adulta y libre que atienda sus propios intereses culturales, artísticos e intelectuales, que decida qué quiere ver, oír, leer… y qué dinero gastar por ello. No creen que puedan vivir de eso. No se fían de una Cultura que no esté mantenida… porque no se fían ni de ellos mismos. Y saben perfectamente que el Estado que subvenciona no lo hace desinteresadamente, sino esperando una respuesta amable, fiel o cuando menos inocua y no lesiva para su imagen por parte del subvencionado. Nadie debe morder la mano que lo alimenta.
Hacer de una actividad privada y libérrima, como se supone que es hoy en día la expresión artística (¿qué artista actual, por muy descaradamente subvencionado que esté, no hace gala de esto continuamente?), un obligado asunto de servicio público no muestra más que la falta de independencia de la capacidad creadora del que lo reclama y el miedo a soltar amarras con respecto al cómodo y seguro proteccionismo maternal que brinda la administración pública.
Una cultura del subsidio no puede ser nunca una cultura crítica, o sea, una cultura viva; como mucho alcanzará el estatus de espectáculo aceptable. Porque la Cultura, mito entre los mitos de nuestra época, no puede ser  un deber social sin ser sospechosa.

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