Considero el cuarteto de cuerda Cartas íntimas, de Leos
Janacek, el segundo y último que escribió, la más bella y lírica despedida del
género cuartetístico en su aspecto tradicional y la más original e impactante
entrada del género en el ámbito contemporáneo.
La obra es tan rica a la vez en aspectos expresivos clásicos
y contemporáneos que, a pesar de quedar uno atrapado de manera casi insana en
ella desde la primera audición (el estado de ansiedad que crea es peligroso),
se necesitan unas cuantas escuchas para comprender su extraordinaria dimensión
creativa.
Su nombre viene de la relación amorosa epistolar (más de 700
cartas) que mantuvo el compositor durante sus doce últimos años de vida con la
joven Kamila Stosslová. Un amor imposible (los dos estaban casados y ella era casi 40 años más joven que él).
El cuarteto es el vaciamiento musical del amor del viejo
Janacek hacia la muchacha. El descaro emocional hasta casi la impudicia está
presente en la partitura, y también la más delicada de las ternuras.
De pocos compositores más que de Janacek podrá ser adecuada esta
manera de describir la música puesto que fue él el músico más obsesionado por
atrapar en sonidos todas las particularidades del habla. En su etapa madura de
creador y tras largos años de estudio, Janacek estaba persuadido de que toda la melodía
y rítmica musical tenían una correspondencia en los “motivos musicales” del
lenguaje hablado. Por eso toda su música de madurez es el testimonio de un
drama excepcionalmente humano. Eso explica que el crítico musical Harold C.
Schonberg escribiera: “Janacek es el músico que busca la verdad”.
El tercer movimiento del cuarteto que nos ocupa presenta,
bajo mi punto de vista, los momentos más emocionantes en esa ‘expresión de la
verdad’.
Está cargado, como todo el cuarteto, de fascinantes
inflexiones rítmicas y armónicas milagrosamente encajadas en un todo unitario
aparentemente imposible... El instante en que estalla, atención, la más verdadera
emoción es en el minuto 3:16; un breve pero incontenible ‘parlamento’ compás
3/4 en fortíssimo que se venía preparando en los compases anteriores, interpretado en un legato que exprime cada nota hasta lo desesperado y en el
que de repente se da una vuelta de tuerca expresiva con una ampliación rítmica
de cinco notas que se repite cinco compases más allá y se funde en síncopa en
un compas de 5/4 con notas en violento stacatto. El efecto no puede ser más
excitante a la vez que conmovedor. Tras una repetición se sigue con la
movilidad rítmica y el detallismo cromático. Hasta el final del movimiento se
suceden compases 3/4 – 4/4 – 9/4 – 3/2 – 1/2 – 9/8 y 3/2, quebrados por síncopas,
grupetos aumentativos, silencios y dinámicas varias. Por otra parte, no hay armadura; cada alteración cromática es un valor en sí misma... precisa, penetrante, necesaria. Y cuando uno acaba la audición, exhausto, se dice... 'era esto', no puede haber más.
Desde el Beethoven camerístico tardío no ha habido una excelencia musical tan radical.
Desde entonces la forma cuarteto no ha volado tan alta. Y seguimos esperando.
Aquí está el milagro del tercer movimiento:
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