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miércoles, 12 de junio de 2013

Religión en la enseñanza. Razones.




…Porque no saben lo que hacen.

No, no saben lo que hacen (lo que dicen) los que se empeñan en hablar en contra de la asignatura de religión en la enseñanza.

De entrada, no saben lo que dicen porque casi todas son personas de escasa o nula “cultura” religiosa (voy a utilizar este término, “cultura”, ya que ellos no dejan de manosearlo e invocarlo muy a su gusto); en realidad, son personas que no tienen ni idea (en parte porque no se han parado a reflexionar más de diez minutos sobre ello) de lo que significa el inmenso acervo religioso para su propia cultura (grecolatina-judeocristiana). 
Son personas, en general, con poco fundamento pues si bien se sienten impelidas a denunciar (y hacen muy bien) los excesos de una Iglesia que ha abusado de su influyente maquinaria ideológica a lo largo de su existencia, por otra parte son absolutamente incapaces de reconocer los infinitos logros creativos, en todos los planos de la vida, de esa misma Iglesia.

Si se elimina la Religión en las escuelas, ¿cómo quieren que los estudiantes entiendan el mismo origen de la cultura y el de las diferentes civilizaciones? ¿Cómo el nacimiento del pensamiento en la lucha con el entorno y el desarrollo del logos en el hombre? (Desengáñense, en el origen no hay logos sin mito, y viceversa.) ¿Cómo obviar las complejas afinidades entre filosofía y religión? ¿Cómo iban a entender los conceptos de Razón o de Ley sin la idea fundante de divinidad? ¿Cómo comprender el surgimiento y la transformación de las artes y todo su porqué; cómo el sentido de la Belleza y su inextricable vínculo con lo divino? ¿Cómo abordar la música…? ¡Ah, la música! ¿Cómo explicar la proyección de la filosofía clásica, su recuperación, conservación y difusión; cómo la investigación sobre la Realidad y el Mundo? ¿Cómo comprender el desarrollo de la Ciencia sin los patrones regulares y fijos de la Naturaleza que nos transmitió la tradición religiosa de Occidente? ¿Cómo asimilar la salvaguarda de la Razón en nuestro mundo frente a los continuos asedios de los desvaríos ideológicos, las fantasías, los caprichos y la barbarie…? ¿Cómo argumentar sobre el sentido de la Verdad y sobre que la Verdad tiene sentido? ¿Qué explicar del origen de nuestros explícitos códigos legales (no matar, no robar…) y de nuestros implícitos códigos sociales (apoyar, socorrer, ayudar…)? ¿Cómo entender el significado de fenómenos como la redención, el perdón, la confesión, el sacrificio… cómo el dolor, el sufrimiento y la esperanza? ¿Cómo, sin añagazas relativistas, reconocer el Bien y el Mal, o al menos discutirlos…, y cómo la libertad y la responsabilidad frente a ella? ¿Cómo (atención, muy importante) diferenciar religiones (¡o sea, civilizaciones!) y reconocer su choque? ¿Cómo atacar la envidia, la ira, el orgullo, etc, en uno mismo; cómo reconocer el pecado, esto es, cómo conocernos a nosotros mismos? ¿Cómo saber temer? ¿Cómo orar? ¿Cómo siquiera pronunciar las palabras misterio, creación, alma, eternidad…? ¿Cómo admirar un milagro? ¿Cómo tratar con el Cielo y el Infierno? ¿Cómo resistir y no caer en la dejadez y la desesperación? ¿Cómo verse en el otro?... ¿Cómo salvarse o condenarse?... ¿Cómo pedir perdón en la soledad? ¿Cómo atravesar las noches oscuras del alma? ¿Cómo gozar de la Creación; cómo del Paraíso? ¿Cómo mirar a los ojos de un ser querido viéndote en ellos y sentir el (o 'un') misterio divino? ¿Cómo, en fin, hacerse digno de la Inmortalidad?... ¿Sí, cómo... cómo hacerse digno de la Inmortalidad; cómo saberlo... o mejor, cómo 'no' saberlo?

Muchos pensarán que todas (o casi todas) estas cosas también las dan otras materias y disciplinas sin necesidad de entrar en la doctrina de la fe ni en cuestiones de Iglesia. Y yo contestaré que afortunados aquellos pocos que consigan remontar el río de aguas turbulentas sin el conocimiento de la religión porque de lo que estoy seguro es de que no será gracias a otras disciplinas y asignaturas por muy necesarias (que lo son) y elevadas (que lo son) y bien enseñadas que estén (supongo que, bien que mal y en mayor o menor medida, lo seguirán estando).
¿Acaso en otras asignaturas se lee y se reflexiona el Antiguo y Nuevo Testamento, fuente inagotable de la que beben ‘todos’ los que vienen después? ¿Acaso se estudia Patrología? ¿Acaso se explican las exquisitas sutilezas de los dogmas? ¿Acaso se muestran las maravillosas formalidades de los ritos y su sentido, que es el mismo sentido del estar el hombre en el mundo?...

También se dirá que esas cosas no deben enseñarse en las escuelas e institutos. Pero podemos preguntar inmediatamente: ¿por qué no? ¿Acaso no son dignas de enseñarse en una educación reglada? ¿Alguien se atrevería a afirmar que no lo son? 
Se replicará que serán todo lo dignas que se quiera y más, pero que se trata de saberes y sentires que deben permanecer en lo familiar, en lo privado, en lo íntimo de la conciencia. Esto, con esas mismas palabras, lo hemos leído y oído hasta la saciedad. Pero, ¿por qué dejar en el círculo de lo íntimo lo que nos concierne a todos como hombres; por qué dejar en el estéril autismo del subjetivismo mudo lo que nos une en lo más elevado de nuestra condición y lo que nos puede separar de la manera más violenta?, (ejemplos dramáticos de ello los vemos constantemente).

¿Ocultar todo esto a los jóvenes, insistir en su acallamiento? ¿Con qué fin? ¿No resulta sospechoso, como mínimo extraño?

Por otra parte, seguro, se sacará en procesión lo del enfrentamiento de la Ciencia a la Religión y la ventaja de aquélla en el correr de sus investigaciones. Sin embargo, ¿están seguros de lo que dicen? ¿No se preguntan -retomando uno de mis interrogantes anteriores- por qué precisamente ha sido sólo en los países cristianos donde se ha desarrollado al máximo la investigación experimental y la Ciencia? ¿Y por qué a pesar de sus periodos de ocultación y de sesgado proselitismo la Iglesia Católica ha fomentado, impulsado y desarrollado el estudio científico de manera definitiva y , en cualquier caso, de su seno han salido siempre, y según los momentos aun a contrapelo, científicos de primer orden?
¿Cuántos de los críticos a la Iglesia y defensores de la Ciencia de última hora saben (permítaseme el pequeño pero ilustrativo ejemplo) que el principal teórico de la celebérrima y “antirreligiosa” teoría cósmica del Big Bang fue un sacerdote católico?

¿No son esas críticas, esos rechazos demasiadas veces fruto de una perezosa ideología política acomodada en el sectarismo? ¿No son quizás, en el mejor de los casos, una resonancia de campanas de lo que fueron los programas de crítica materialista a la religión en la enseñanza institucional soviética (algo serio, sin duda, no como esto que padecemos ahora)?

Bueno. Por acabar con dos interesantes declaraciones que atañen a la educación (la segunda muy directamente) de dos personajes -mujer y hombre- nada sospechosos de pereza mental, cobardía o complacencia intelectual:

“No soy católica, pero creo que no es posible renunciar a las ideas cristianas sin degradarse; unas ideas cuyas raíces se hallan en el pensamiento griego y en el proceso secular que ha alimentado nuestra civilización europea durante siglos” (Simone Weil)

“Hasta hoy no se ha visto buena educación sino en los cuerpos eclesiásticos. Yo prefiero ver a los niños de una aldea entre las manos de un hombre que no sabe más que el catecismo y del cual conozco los principios, que no en poder de un semi-sabio el cual no tiene base para su moral y no tiene ideas coherentes. La religión es la vacuna de la imaginación; ella la preserva de todas las creencias peligrosas y absurdas. Un fraile humilde basta para decirle al pueblo: esta vida es pasajera. Si vosotros quitáis la fe al pueblo no encontraréis después más que ladrones.” (Napoleón Bonaparte)

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