Hay una escena particularmente excepcional en la película
Tiburón.
El jefe de policía, el joven oceanógrafo y el curtido cazatiburones se encuentran en el interior del viejo pesquero con el que
persiguen a la temible bestia marina. Han cenado y han bebido, e inician,
apenas sin pretenderlo, una típica relación de camaradería masculina inexistente hasta
entonces.
El capitán y el científico empiezan a mostrar las huellas de
heridas diversas y cicatrices causadas por tiburones. Bromean y por primera vez
se ríen a gusto. De pronto, el 'jefe' y el investigador se percatan de un tatuaje que tiene el capitán en el brazo
y la escena se ensombrece: es un tatuaje del USS Indianápolis, el barco que
transportó el uranio-235 que sirvió para armar las bombas de Hiroshima y
Nagasaky. Finalizada esa siniestra misión, el Indianápolis se dirigió hacia las
Filipinas, pero fue interceptado y hundido por un submarino japonés cerca del
golfo de Leyte.
Ahí comienza la escalofriante historia del capitán Quint
(Robert Shaw). Un episodio que ocurrió de verdad. Otro pliegue de la
intrahistoria eclipsado por la historia oficial.
Con qué maestría lo introduce Spielberg para dar calado
dramático y dimensión universal a su fantasía.
De hecho, lo que hace es subvertir la relación habitual entre realidad y ficción de la narrativa: no parte de un hecho real para inventar sobre él, sino que a mitad de la película, que es pura invención, coloca el peso de una realidad histórica; prístina, diáfana, perfilada... Las palabras de Quint superan la espectacular ficción en la que estábamos metidos y nos cambian el paso.
El capitán cuenta lo ocurrido como un secreto ominoso grabado como una pesadilla en lo más profundo de su alma. En ese momento se
acerca a los misterios insondables de otro capitán de novela, Ahab.
El efecto es sensacional.
El otro día discutía por ahí si esta era la última película de Robert Shaw. Y esto es lo que quería decir en este momento.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=cOU3gDncP4k&feature=youtu.be
ResponderEliminarGrande Robert Shaw. Insuperable en esta escena.
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