Hay músicas que no tienen
demasiada fortuna entre los aficionados debido a su llamado “alto nivel de
abstracción”.
Pero son precisamente algunas
de esas músicas tan altamente abstractas las que deberían ser reconocidas como
las músicas más estrictamente concretas de toda la inconmensurable colección de
obras musicales occidentales.
Uno de los ejemplos más altos
es, naturalmente, la música de J.S. Bach. Y una de las obras que mejor
representa esto es, claro, el Arte de la fuga. Y, aún más, dentro del Arte de
la fuga el contrapunto 9.
¿Abstracta o concreta? Las
dos cosas, sin duda. ¿Por qué es abstracta? Porque no remite a nada más que a
sí misma. ¿Por qué es concreta? Porque no remite a nada más que a sí misma. Es
correcto, no es una broma.
La ‘ventaja’ evidente de la
música sobre las demás artes es su estricta formalidad irreferencial. De hecho,
toda es abstracta.
Pero la especial abstracción
de esta música de Bach es su precisa relación aritmética desde el primer hasta
el último compás. Es una fuga y está claro que una fuga se desarrolla a partir
de la exposición de un sujeto que vuelve y vuelve transfigurado según las
transformaciones previas que van teniendo lugar. Así, la referencia de esta
música es ella misma, pero de una manera especialmente extrema en este caso por
ajustada, rigorista e implacable. En Bach ese rigor es máximo y, además, de una
feracidad milagrosa. Por eso se dice que su música es la verdadera melodía
infinita que podría no tener fin. Acaba sólo porque hay que descansar y hay que
dormir y comer, y al final uno se muere.
Esta fuga, cuyo sujeto
ascendente y descendente presenta una sequedad inauditamente tensa, de
naturaleza casi agónica, se va envolviendo sobre sí misma con una decisión tan
definitiva y obsesionante que su saturado nivel de concreción no puede ser
mayor, a pesar de que la fatigosa exigencia de audición nos lleve a declarar
que, sí, es una música muy “abstracta”.
Pero hay algo más. Cuando uno empieza a
familiarizarse y a comprender la perfección de esta realidad paralela y se ve abducido
por su pureza aislada es cuando la abstracción se revela como verdadera emoción.