El boxeo también tiene momentos ominosos, insoportables de
ver, imposibles de asumir. El peor de todos es cuando durante un castigo
excesivo e innecesario se adivina la posibilidad de tragedia y, acaso, el espanto de, sin quererlo, ser testigo de
una muerte.
El pasado verano falleció Emile Griffith, el boxeador
norteamericano que en 1962 noqueó al cubano Bernardo Benny Paret hasta la muerte.
Benny Kid Paret, campeón mundial de los pesos welter a
principios de la década de 1960, llegó a esa fatal pelea después de haber recibido mucho castigo por parte de un fiero Gene Fullmer, campeón que le derrotó por
KO en el décimo asalto.
A pesar de eso, Paret, que de vez en cuando soltaba
divertidas bromas sobre sus contrincantes, decidió calentar el combate de
manera insólita llamando a Griffith “maricón”
(parece ser que, posteriormente, este último reconoció su condición de
gay). Sea como fuere, Griffith llegó ofendido al combate y con muchas ganas de doblegar a su oponente.
En el décimo-segundo asalto, después de una pelea durísima
de campana a campana, el norteamericano, inesperadamente, arrinconó a Paret y
le sometió a una brutal serie de golpes de la que el cubano no fue capaz de
zafarse. En esos pocos segundos su cuerpo y su alma se fueron hundiendo en la
nada para no volver más. Murió diez días después.
El escritor Norman Mailer dejó su recuerdo sobre la
tragedia:
“(…) Mientras recibía aquellos dieciocho puñetazos algo les
sucedió a todos cuantos se hallaban al alcance psíquico del acontecimiento. Una
parte de su muerte se cernió sobre nosotros. Se sintió flotar en el aire. Él
estaba aún de pie contra las cuerdas, acorralado igual que antes, esbozó una
media sonrisa de lástima, como si estuviera diciendo No sabía que fuera a
morir tan pronto; y entonces, con la cabeza inclinada hacia atrás pero aún
erguida, la muerte vino a echarle el aliento. (…)”
A pesar de su novelería, Mailer acierta a ‘ver’ aquí el
final de un luchador en esa supuesta “sonrisa de lástima” sobre sí mismo que de manera
sobrecogedora nos transmite el último destello de una conciencia entregada a su propia muerte.
Después del acontecimiento, Giffith, del cual se dice que sufrió
acoso y tormento psíquico, declaró:
“Me cegué. Nunca fui el mismo después de eso. Desde entonces
hacía sólo lo suficiente para ganar. Usaba el jab todo el tiempo, no quería
lastimar a mis oponentes. Me hubiese retirado, pero no sabía hacer otra cosa.”
Sincero o no, el drama de este púgil que se dejó cegar un instante fue
seguir peleando, porque no sabía hacer otra cosa, para ser recordado como un ‘asesino’ hasta su decadencia y su
muerte.
En el boxeo, el dolor y la derrota son condiciones
constantes.
Aquí está el terrible momento de la muerte de Benny Paret:
Increíble como le proporciona tantos golpes e impactante como el boxeador cubano cae desvanecido, unas imágenes duras y espeluznantes
ResponderEliminarSí, es despiadado el ensañamiento de Griffith y extraña la falta de reflejos del árbitro.
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