Tras casi una década sin
escribir cuartetos y después de la extraordinaria serie de los op. 20, Haydn
volvió al género con lo que según él era “una manera nueva y particular”.
Independientemente de la
publicidad que el compositor se hacía a sí mismo, lo cierto es que la serie de Cuartetos op. 33 suponen otra vuelta de tuerca en la ampliación del nuevo
estilo aplicado al género camerístico principal, el cuarteto de cuerda.
Riqueza rítmica, especulación
armónica y, a la vez, la simplicidad de una inspiración próxima a lo popular definen
estas composiciones. El encuentro entre los aires sencillos que estaban en la
memoria de la gente -lo que se silba sin saber muy bien por la calle, vamos- y la
destilación de un estilo que progresaba en la conquista de una expresividad más
diáfana, ciertamente, era una manera particular y novedosa.
En los op. 33, la unidad que
se despliega en lo múltiple y lo múltiple gravitando hacia la unidad formal se
hace fenómeno más transparente que en los anteriores cuartetos. Y tal vez
cierta sequedad astringente que asoma en algún movimiento o en algún pasaje no
es más que el fruto de un esfuerzo de depuración que sacrifica el alarde por la
exigencia de estilo.
Esto último se observa ya
claramente en el primer movimiento del número 1 de la serie.
Este Allegro moderato, que empieza en re mayor, pero enseguida pasa a si
menor, su tonalidad definitoria, nos mantiene en un juego armónico vacilante
que se despliega feraz en el control de lo dramático hasta el final, pero sobre
todo nos interpela y nos deja tiesos desde los primeros compases por el
magistral cruce de voces principal y secundaria: ritmo pujante y enigmático de
un acompañamiento y una melodía que en cuestión de segundos se metamorfosean
uno en otra y la otra en uno. La operación está hecha con tal elegancia y con
un material musical tan deliberadamente parco que el resultado es,
efectivamente, aquella grandeza compositiva de la que hablaba en el post anterior dedicado a este compositor:
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