En el final de No es
país para viejos (Cormac McCArthy) se explica un sueño de carácter
ancestral. Nos recuerda alguna vieja pintura de paisaje con figuras de algún
viejo maestro. Parece inspirado en algún enigmático fragmento bíblico.
El narrador (el veterano policía protagonista desbordado por
la realidad de un mundo acelerado y violento que le supera) habla de “los
viejos tiempos” y de que iba a caballo en plena noche por un desfiladero con su
padre, los dos abrigados con mantas. Su padre llevaba un cuerno con un fuego
dentro, y se adelantaba para encender una hoguera en mitad de la oscuridad. El
hijo confiaba en que cuando llegara otra vez junto a su padre, éste le estaría
esperando. Confiaba.
Pero entonces despertó… Y volvió a la realidad.
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