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miércoles, 7 de mayo de 2014

Rimas insospechadas (Gombrowicz y J. Ford)

Es sorprendente la sinestesia que se puede producir repentinamente entre obras que nada tienen que ver unas con otras.
Memoria sensible, retención de una forma, despertar de recuerdos ocultos, interpretación personal modelada por el gusto, el capricho y el error, asociaciones subconscientes… y como resultado la rima de dos piezas creativas -apenas de dos fragmentos- de universos diferentes que quizás nadie en el mundo habría hecho nunca (pues si bien en el mundo hay muchísimos idiotas como yo e incluso de mucho mayor calibre, cada uno es idiota a su manera).

En este caso se trata de unas frases de la novela La seducción de Witold Gombrowicz (Pornografía, en su título original) y de una escena de la película El hombre tranquilo, de Ford.
El texto me llevó automáticamente a la escena de la película. Es un encuentro semi casual entre varios personajes de la novela durante un paseo que, de pronto, se enrarece inopinadamente:

“(…) Sin embargo, la general perplejidad prolongó el silencio por unos segundos… y aquello bastó para que la desesperación sofocante, la pena y todas las nostalgias del destino y la predestinación, se agolparan sobre ellos como en una pesada y errabunda pesadilla.” 

Y el fragmento de la película es éste:


Ese amor incontenible de Maureen O’Hara y John Wayne que florece silvestre entre ruinas góticas bajo una tormenta estival se carga espontáneamente de esa… “pena y todas las nostalgias del destino y la predestinación”, como escribe Gombrowicz, con las miradas suspendidas y tristes de los hermosos protagonistas del largometraje, como si en ese mismo momento de felicidad sobreviniera bestial la intuición maldita de la futura rutina, el tiempo y la muerte. Así captó Ford, con altísima acuidad,  la diamantina preciosidad fugaz del instante. Y de esa manera, sin saberlo, lo describió Gombrowicz para que yo lo descubriera.


(Para Bea.)

1 comentario:

  1. Gracias, Lucas. La verdad es que siempre me ha sorprendido y enternecido este momento de la película, en el que los dos protagonistas se escapan de su carabina para besarse apasionadamente y luego, sin saber por qué, les sobreviene esa melancolía.
    John Ford era grande pero John Wayne, por mucho que digan que es mal actor, tenía a veces unas miradas, unas expresiones tan genuinas que parecía que la cámara le hubiera pillado in fraganti. Como en el final de esta misma película, la expresión de extrañeza cuando Maureen O'Hara le dice algo al oído, y él se queda parado, como si no lo hubiera entendido bien; o la sonrisa natural y divertida que tiene en Río Bravo mientras Dean Martin y Ricky Nelson cantan a dúo, como diciendo "yo no sé cantar pero vosotros lo hacéis muy bien y estoy a gusto".
    En fin, qué grande era...

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