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jueves, 27 de agosto de 2015

Más Cervantes


La efeméride libresca más importante del año en el mundo es la de los 400 años de la publicación de la segunda parte del Quijote.
Se sigue y seguirá hablando de esta obra desde mil puntos de vista y saberes diferentes; se intentará reducir, en cada época y lugar, a paradigmas, corrientes, maneras y modas, pero el Quijote seguirá siendo irreductible a todo ello… y especialmente al tiempo del buenismo general que nos invade desde hace ya años con su ignorancia de la historia y de las circunstancias materiales y sus tensiones. Una ideología que quiere encajar la universal figura en el dibujo de un simple bonachón sentimental de enorme corazón.
Ser bueno, como desde luego lo es Alonso Quijano, no es lo mismo que ser buenista; como ayudar a los desfavorecidos no quiere decir dejarse engañar por el mal y predicar ciegamente la amistad de todos y para con todos.
La inteligencia e imaginación de Cervantes crea un tipo fabuloso, pero con una conciencia firme, y, aunque parezca mentira y a veces sea difícil de ver, tan desmesurada como precisa. Léase, si no, este fragmento de la Aventura de los rebaños, donde encontramos un irónico y divertido trasunto del Sermón de la Montaña evangélico, pero con un remate en el que se dejan las cosas claras, o sea, que la lanza no excluye la pluma ni la pluma la lanza. Prestas por igual para razonar y para luchar:

“(…) -Mas, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí, que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire ni a los gusanillos de la tierra ni a los renacuajos del agua, y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos y llueve sobre los injustos y justos.
-Más bueno era vuestra merced -dijo Sancho- para predicador que para caballero andante.
-De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho -dijo don Quijote-, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se paraba a hacer un sermón o plática en mitad de un campo real como si fuera graduado por la universidad de París; de donde se infiere que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza. (…)”


El pobre y maltratado caballero no dejó ni de sermonear ni de luchar; luchar hasta sus últimas fuerzas, y si al final dejó de luchar fue sólo para morir.

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