Me miraban con miedo.
En la misma moneda
adulación, desprecio.
Me miraban con miedo…
como a un dios desalmado
cuyo templo es la sangre
y las flores plebeyas
de la vulgaridad.
Ruinas de sepultura hay en mis campos.
Dispusieron de mí
-eran los que sabían-.
Yo no sabía nada;
lo mío era la fiebre,
consumirme en la herida.
Yo fui la bestia arcaica
que se dejó llevar
hasta el nido de cuervos.
Y qué sabía yo
de cantos de sirenas
y sus acantilados.
Parecía tan bello…
Ruinas de sepultura hay en mis ojos.
Las mujeres de sombra,
el vino que era hiel…
Las lágrimas, los besos
confundidos a muerte
sin gloria y con vergüenza.
Yo retengo una bruma
de los días iguales:
la juventud ardiente
barrida por la lluvia.
¿La victoria, la fama…?
Ahora son la pobreza;
la piedra del olvido
sin un nombre que diga.
Ruinas de sepultura; eso es mi alma.
¡Qué gran poeta es mi niño!
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