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jueves, 26 de noviembre de 2015

Mozart; broma y melancolía.


Esta obra menor del lucero de Salzburgo engancha por su extravagancia. La persistencia tonal, la repetición bromista en forma de recapitulaciones obsesivas, el eco desmayado superpuesto que impugna sarcástico el fraseo, el capricho obstinado de las cuerdas con extensos bordones de los elegantes cobres de caza, sus frases desvanecidas… Es un divertimento parodia de lo popular, y es algo ceñudo, porque aquí hay casi tanta nostalgia como sátira. Una nostalgia oculta en la broma que mira de reojo un mundo que se acaba y desaparece. Como si Mozart adivinara la pronta disolución de las formas musicales (y no sólo musicales) y les dijera adiós, a la vez entreteniendo al personal y burlándose del mismo, mientras él, genio artístico tocado por la melancolía, echa una lágrima… sin que se note apenas. Qué grandeza la de estos creadores descomunales.


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